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Alberto Míguez

Cuando Castro perdió los papeles

Hacía tiempo que en una reunión iberoamericana no se asistía a una espectáculo tan sabroso. Hacía tiempo, en efecto, que Castro no sufría una derrota más espectacular en manos precisamente de sus pares presidentes de toda la región.

El psicodrama del dictador caribeño desbarrando e inventándose la historia, adaptándola a sus conveniencias, trasmutado a veces en cordero pascual y otras en tigre de papel, para finalmente perder la votación sobre el terrorismo que rehusó firmar porque no incluía una referencia a la imaginaria conspiración contra la vida del tirano que accedió a Panamá dispuesto a montar el número.

Pero en este caso, el tiro le salió a Castro por la culata. Debió dar marcha atrás cuando el presidente de El Salvador, Flores, le acusó nada menos que de la muerte de “cientos de miles de compatriotas” durante la guerra civil promovida precisamente por la Unión Soviética y su fiel escudero, el régimen cubano.

Y cuando Aznar solicitó apenas que se votara la resolución sobre el terrorismo, el tingladillo se vino abajo: sólo Cuba se opuso. Previamente, el Canciller cubano, Pérez Roque, había ofrecido una explicación tan confusa como prolija sobre las razones de su país para no unirse a la resolución contra el terrorismo unánimemente apoyada por el resto de los países.

Castro dio la prolija y fantástica explicación sobre la conspiración contra su vida, la maldad intrínseca de la Fundación Cubano-Americana, el supuesto terrorista Luis Posada Carriles, las actividades de los “terroristas” del exilio de Miami en toda Centroamérica, etcétera, etcétera. La cara de los jefes de Estado y de gobierno presentes era todo un poema: mientras Castro desbarraba y braceaba, señala con el dedo un imaginario enemigo y bebía agua, la pobre presidenta Mireya Moscoso no sabía donde meterse.

Aznar, gélido, supo silenciar al dictador recurriendo simplemente al argumento del sentido común: dado que estamos aquí para decidir sobre la resolución presentada, votémosla. Era precisamente lo que Castro quería evitar porque sabía de antemano que la comedia sobre la conspiración terrorista no había funcionado y los jefes de Estado se preguntaban con la mirada “cuándo termina este pelmazo y cuándo nos lo sacaremos de encima”.

La verdad es que, una vez más, esta Cumbre ha estado mediatizada por el indeseable e indeseado dirigente cubano. Y muchos temen –estaba en el ambiente de la reunión- que este tipo de encuentros deba asumir como inevitable las payasadas del tirano. Parece poco probable que Castro renuncie a esta oportunidad de oro anual aunque el sábado, en el fragor de la discusión, llegó a sugerirlo a la presidenta Mireya Moscoso. Se perdió entonces la gran oportunidad de sacarse de encima al histrión pelmazo.

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