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Alberto Míguez

El banquillo

Inexorablemente, se acerca el momento en que Augusto Pinochet tendrá que sentarse en el banquillo de los acusados.

La posibilidad de que por razones clínicas pudiera obviar el trámite parece cada vez más lejana. Y el “acuerdo político” que algunos militares sugirieron al presidente Ricardo Lagos para hacer borrón y cuenta nueva con todo lo sucedido en los “años de plomo” de la dictadura resulta, hoy por hoy, inviable. Afortunadamente, habría que añadir. Lo peor que podría suceder es que el asunto se remendara con una chapuza político-legal que sólo los verdugos de antaño y sus cómplices aplaudirían.

Me dicen los amigos chilenos que la expectación creada por el juicio al dictador en Europa y Estados Unidos no tiene semejanza alguna con lo que sucede en Chile, donde la indiferencia popular es relativa. Ojalá acierten y este asunto concluya donde debía estar desde hace años: en los tribunales, con una sentencia conforme a derecho.

Pero antes de que todo esto suceda, sospecho que ocurrirán muchas cosas y que la defensa del general hará lo imposible para evitar que las ilustres posaderas del antaño salvador de la patria se posen en el incómodo asiento.

Lo que está claro es que el caso Pinochet constituye, para Chile, la prueba del algodón: si finalmente Pinochet es juzgado, quedará claro que hay un Estado de derecho y que la separación de poderes es una realidad incontrovertible. En cambio, si por cualquier añagaza formal el general se escaquea, la imagen del régimen democrático chileno quedará seriamente averiada.

Hay caso Pinochet para rato y sólo la Providencia o el destino pueden zanjarlo: el general es un anciano con mala salud, pero no tan mala como para prever una desenlace a corto plazo.

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