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César Vidal

La primera exploradora

Freya Stark fue seguramente la exploradora más importante del imperio británico, por delante incluso de Isabel Burton o de Gertrude Bell. Muerta en 1993, cuando acababa de rebasar el siglo de edad, en 1927 había provocado la admiración del público británico cuando consiguió burlar la vigilancia militar que acordonaba a los rebeldes drusos de El Líbano y establecer contacto con ellos. Semejante proeza ocasionó un incidente diplomático, ya que los franceses no podían entender que hacía aquella dama en medio de una guerra en la que combatían a los nativos con extrema dificultad. Sin embargo, las protestas galas no la afectaron. Así, estando en Irán, descubrió incluso una fortaleza que había pertenecido a la antigua secta de los asesinos, aquel movimiento integrista islámico que utilizaba el hashish para crear en sus miembros un fanático y alterado estado de conciencia.

En 1935, mientras buscaba una ciudad perdida en el desierto de Arabia, Freya se extravió en el desierto y tuvo que ser rescatada por la RAF. En 1940, en una misión secreta extraordinaria logró evitar que la Italia fascista se apoderara del Yemen y tres años después viajó a Estados Unidos, comisionada por el Imperio Británico, con la intención de convencer a Roosevelt de que la creación de un estado judío sólo serviría para convertir Oriente Medio en un avispero. Su fracaso la transformó y no volvió a ser la misma, pero le quedaba aún casi medio siglo de plenitud en que escribió más de treinta libros y causó la admiración de Lawrence Durrell o Lawrence de Arabia. Precisamente por ello, su biografía es más apasionante que una novela de aventuras.

Jane Fletcher Geniesse, La nómada apasionada, Barcelona, Planeta, 524 páginas.

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