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Armando Frontado

El fantasma de Zamora

Muy pocos recuerdan a Ezequiel Zamora, un líder venezolano del siglo XIX que al entrar a un pueblo quemaba todos los títulos de propiedad de la tierra para entregársela a los campesinos. Rodeado de analfabetos, Zamora invocó consignas como “muerte a los blancos”, “todo para los pobres y nada para los ricos”, y “mueran los que saben leer y escribir”. A Zamora lo mata una bala en el asalto a una pequeña ciudad llamada San Carlos.

Por años, el fantasma de Zamora quedó bien enterrado e historiadores y políticos tuvieron a buen cuidado de estudiarlo con objetividad para ubicarlo en el exacto lugar que debía ocupar en la historia. De origen muy humilde se convirtió en rico, pues comenzó como pulpero y terminó administrando los bienes de una acaudalada dama con quien casó, hermana de otro caudillo popular, Juan Crisóstomo Falcón.

Si Zamora no hubiese muerto en la batalla de San Carlos, sus partidarios al llegar al poder lo hubieran liquidado, pues el llamado “valiente ciudadano” y “general del pueblo soberano” no era estadista, sino un caudillo más que se fue con los de abajo porque con ellos podía conseguir el poder que los de arriba le negaban.

Virtual analfabeto y sanguinario, siempre estaba rodeado de trece incondicionales a quienes llamaban “las trece fieras”. Una de esas “fieras” era Martín Espinoza, quien se especializaba en cortar los dedos de los caídos en campaña para robarse los anillos. Ezequiel Zamora no fue considerado nunca un factor fundamental dentro de la historia nacional, sino un mero accidente histórico.

Pero ahora vemos que el presidente Hugo Chávez invoca a Zamora y lo ha introducido a la vida política del país. Nunca en la vida pública venezolana se había visto que un espíritu, un fantasma, un muerto que gobernara a los vivos, sembrara la angustia, desquiciara a la economía y nos ubicara ante países como España como “una zona peligrosa para la inversión extranjera”.

Los españoles no temen invertir dinero en Cuba pero sí en Venezuela. La explicación es obvia: “con Fidel Castro las reglas de negocios son claras. En La Habana hay una frontera muy precisa entre lo que son operaciones para ganar dinero y lo que es la política. En Venezuela nunca sabemos qué pasará”.

La actual tragedia venezolana radica fundamentalmente en que realmente no se sabe quién toma las decisiones de gobierno, pues el régimen a nivel ministerial vive en permanente contradicción. El gobierno venezolano da la impresión lastimosa de una gran casa de vecindad, en donde todas las mujeres que allí viven no se hablan nunca y cada cual hace lo que le da la gana, por lo que hay un desorden tremendo que no permite saber cómo lavan la ropa, cómo usan la cocina, cómo limpian la casa o sacan la basura. No hay responsabilidad gerencial. No hay comunicación y cuesta trabajo entenderse con el vecino.

A eso le agregamos que las fuerzas armadas ya conocen los verdaderos recursos que tiene el país y ya no es como antes, cuando no tenían injerencia en política y no podían meter las manos en el tesoro público, sino esperar que los políticos corruptos “los ayudarán”. Hoy los militares no necesitan ayuda de nadie. Administran y reciben sin control mucho dinero. La ingenuidad de Chávez está en creer que tratándolos de igual a igual, jugando pelota, comandando maniobras, comiendo con ellos en los cuarteles y con el uniforme puesto, o con la cara pintada dentro de un tanque, los va a convencer de “una revolución” que ninguno de ellos quiere.

No es fácil cambiar una estructura castrense prusiana que tiene más de cien años. Casi todos los militares venezolanos están ahora tratando de convertirse en ricos, en esos “godos” odiados e inventados por Chávez y luego retornarán a la realidad, pues se acabó “el juego de la revolución”.

© AIPE

Venezolano, Armando Frontado es analista político.

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