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Diana Molineaux

Bush, en la cuerda floja

A medida que el problema que la Casa Blanca no quiere llamar crisis se prolonga, el presidente Bush se encuentra en un equilibrio cada vez más difícil, entre la impaciencia creciente de la población, las presiones de los empresarios que quieren preservar su comercio con China y los que ven en Pekín el sucesor de Moscú como el gran enemigo de una nueva guerra fría.

La impaciencia popular es su problema más inmediato. No porque las encuestas indiquen un desacuerdo con su gestión, sino porque es el terreno más fácil para que los rivales políticos traten de encender los ánimos en contra del presidente, como se ha visto con el líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Dick Gephardt, quien ha empezado ya a criticar lo que califica de "retirada" de Bush del escenario internacional.

Curiosamente, quien ha roto una lanza en el Partido Demócrata en favor de Bush es nada menos que Hillary Clinton, que ha defendido el derecho de un nuevo presidente para adaptar sus gestiones políticas a las realidades cambiantes.

Bush se ha de enfrentar también al riesgo de que la gente, acostumbrada al activismo de Bill Clinton, se sienta decepcionada por el estilo de Bush, cuyo trabajo se realiza a puerta cerrada y con mucha mayor discreción. Sus críticos tratan ya de presentarlo como falta de interés o capacidad y esta interpretación podría cuajar si la crisis se prolonga.

El otro equilibro es entre las diferentes facciones políticas: los que se opusieron a eliminar las barreras comerciales con China ven ahora una oportunidad para levantarlas de nuevo y, aunque están en el otro lado del espectro político, pueden aliarse con los que se sienten en plena guerra fría. De momento, Bush ha conseguido que la mayoría de los legisladores bajen la voz y apenas se oyen las propuestas de los primeros días para vender destructores a Taiwan, retirar a los embajadores, imponer aranceles a las importaciones chinas, oponerse a los Juegos Olímpicos en China y bloquear su ingreso en la Organización Mundial de Comercio.

Parece ser que Bush escucha a los pragmáticos de la escuela Cheney, que favorecen una línea relativamente dura militar y diplomática, colaborando con Taiwan y los otros países asiáticos y condenando las violaciones de derechos humanos, al tiempo que se amplían las relaciones comerciales que han de traer al pueblo chino bienestar económico y, con ello, exigencias democráticas.

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