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Francisco Capella

Mercado común entre iguales

Según José Vidal-Beneyto en El País, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) "está inspirada en la opción ideológica ultraliberal". Esto es radicalmente falso. Una auténtica área de libre comercio necesita un único principio muy simple que se expresa claramente en pocas palabras: que cualquier ciudadano pueda legalmente negociar y comerciar libremente con cualquier otro ciudadano, respetando la propiedad ajena y garantizando el cumplimiento de los contratos.

Si el documento de establecimiento del ALCA dice algo más (y seguro que lo dice, ya que hay bastante diferencia entre unas pocas decenas de palabras y las miles de páginas de letra pequeña de los tratados internacionales) será para oponerse al libre comercio e imponer el mercantilismo y el proteccionismo: excepciones, regulaciones, límites, tarifas, aranceles, que privilegian a algunos grupos de presión políticamente organizados y con buenos contactos a costa de consumidores y contribuyentes.

Según Vidal-Beneyto "Estados Unidos se sirve del ALCA para institucionalizar la dependencia de Latinoamérica. Pensar que cabe un Mercado Común Panamericano entre países cuya renta per cápita oscila entre 30,600 dólares en EE UU y 430 en Nicaragua, o pretender que el intercambio comercial restablecerá por sí solo el equilibrio entre Estados Unidos, Brasil y Canadá, que representan el 87% del PIB de la región, y los otros 32 países, que alcanzan justo el 13%, es un interesado desatino". El Presidente de Brasil Fernando Enrique Cardoso, ha afirmado que "vamos a insistir que los beneficios del libre comercio se compartan en forma equitativa entre todos los participantes, que la apertura comercial deber ser recíproca y que debe tender a atenuar y no a agravar las desigualdades que existen en nuestra región" (las excusas para la letra pequeña).

El libre comercio no institucionaliza ninguna dependencia, sino que facilita la especialización, la división del trabajo, la creación y la distribución de la riqueza. Los clientes de un comercio no dependen del mismo, pueden acudir a la competencia. El disparate es pretender la autarquía absoluta, que un país debe cerrar sus fronteras para evitar que sus riquezas escapen. La ley económica de las ventajas comparativas indica que el libre comercio beneficia a todos, también a los más débiles, incluso si algunas personas o países son peores que otros en todas las actividades imaginables. Un médico puede ser mejor organizador que su secretaria, pero aun así la contrata para poder dedicarse a su labor más productiva y beneficiosa. Los pobres no necesitan defenderse de lo que los ricos pretendan venderles o comprarles.

Por otra parte los intercambios comerciales no se producen con la intención de alcanzar un estado de equilibrio o una distribución más equitativa de riqueza. Todo intercambio voluntario se produce porque beneficia a ambas partes, y prohibir los intercambios libres es necesariamente perjudicial para ambas partes. Se trata de que todo el mundo pueda ser más rico y vivir mejor, aunque unos puedan ser más ricos y felices que otros.

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