Menú
Lucrecio

Todos mueren

Sesenta muertos tras las barricadas de la Kabilia argelina. No nos conmueven. Europa ha como borrado de su inmediata emoción a un universo cuya crueldad le es más ininteligible. Nadie puede salvar una barrera histórica de dos siglos. La ilusoria ficción del calendario encubre mal lo de verdad terrible: no una guerra política en el confín de los siglos XX y XXI. Sí, una guerra religiosa ajena al tiempo. En un mundo donde sólo existe trascendencia. Mundo que nada supo de Ilustración ni sociedades laicas. Mundo anclado en el delirio.

Sesenta muertos tras las barricadas. Y ni siquiera nos suena extraordinario. Es la normalidad convenida: Argelia, en nuestros ojos, tiene desvaídos tintes de ajada página de historia medieval. Gentes que mueren y que matan en nombre del Supremo: desmesura creyente y homicida. No hay concepto que sirva para dar, en nuestras lenguas modernas, idea cabal de ese absurdo. Como Dios, infinito e inefable.

No nos afecta, pues. Lo borramos porque es, efectivamente, arqueología. Espacio sustraído a la historia y al progreso, a la razón humana, a sus proyectos, a todos los emblemas ilustrados que componen la herencia de lo laico. Nuestro pensar se estrella contra el muro sobre el cual clama la voz fuera del tiempo: “¡Dios es grande! ¡No hay otro Dios que el Dios!” No hay nada que pueda hombre alguno responder a eso.

Vivió Argelia el único sueño laico del Magreb, en los años inmediatos a la independencia. Duró poco. Los revolucionarios se trocaron enseguida en militares y funcionarios corruptos. Treinta años de arbitrariedad bajo máscara laica desertizaron cualquier horizonte. El tejido social quedó quebrado. Roto el sueño de una modernidad en cuyo nombre fue erigido un feroz despotismo adjetivado socialista, no quedó ya más línea de repliegue que el viejo lenitivo de los días de duelo: la religión. Bajo su forma más brutal: el integrismo Islámico. La laica corrupción de esa demencia que se llamó en su día “vía argelina al socialismo” le allanó el camino. Hasta este despeñarse de ahora en lo más inconcebible, lo más loco: una guerra de religión.

Y todo europeo culto sabe que no hay más que una regla en las guerras religiosas: “¡Matad a todos! ¡Ya Dios se encargará de discernir cuáles eran de los suyos!”

En Internacional

    0
    comentarios