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Lucrecio

La muerte de Martínez

Nada es la muerte. Para nosotros, vivos. Luego de muertos, aún menos. Y un hombre libre, enuncia el clásico, pierde menos su tiempo que en chacharear a costa de ella. Desde Epicuro, de quien lo aprendiera el majestuoso autor del De rerum natura, todo hombre medianamente culto sabe que “cuando nosotros estamos la muerte no está, y que cuando ella llega no estamos ya nosotros”. El siempre fantástico Gustavo Bueno le dio versión magistral al viejo aserto, para patatús de humanistas de diversa hornada. “No se puede estar en contra de la pena de muerte”, proclamaba el maestro ovetense. “Como no se puede estar a favor”. Pena de muerte es un oxymoron, una contradicción en los términos, un círculo cuadrado. “Si hay muerte no hay pena. Si hay pena no hay muerte”. Casi linchan al bueno de Bueno por enseñar algo tan inapelablemente sensato. Pero en este país la sensatez está siempre a un paso de la lapidación.

“Un hombre libre de nada se ocupa menos que de la muerte” escribía el más sabio de los sabios. Lo malo es que libre, lo que se dice libre, vaya usted a saber si queda alguno por aquí cerca. Y, en un universo de siervos satisfechos, ¿qué delicia más algodonosamente masturbatoria que la cháchara tontona acerca del fiambre del pobrecito prójimo? Y si el pobrecito es víctima además de aquellos yanquis tan malos que nos robaron Cuba hace como quien dice cuatro días, entonces miel sobre hojuelas. Si el triste condenado a muerte lo fuera en Marruecos, Burundi, o Tanzania a nadie se le arrugaría ni siquiera un poquito la comisura de los labios en elegante mohín de repelús. Si el ejecutor fuera don Fidel Castro o el líder chino de turno, hasta se haría gala de acontecimiento épico, como cuando lo de los muy progres columnistas polanquianos en los fusilamientos de Ochoa y de la Guardia hace doce años en la Habana.

Pero éste de ahora era un buen chico, un muchachote con nombre y apellido de los nuestros. ¿Quiénes se habrán creído los yankis esos de Bush para juzgar nada menos que a un tipo que responde al muy recio nombre de Martínez?

Daría risa, si esta amalgama encanallada de dos problemas de muy diversa índole (la legitimidad indefendible de la pena de muerte y el derecho de la justicia americana a juzgar a un presunto delincuente español) no hubiera rezumado todas las baboserías del más nauseabundo patrioterismo.

Al fin, el tal Martínez va a tener un fin a su medida: el reality de la presunta Ana Rosa Quintana. Mucho más vesánico que el corredor de la muerte. Ni el peor serial-killer se merece eso.

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