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Lo mejor que tienen las ciencias de vanguardia es que navegan en aguas de un conocimiento tan sutil que permiten al divulgador regocijarse en las más fantásticas metáforas sin miedo a arder en el fuego de la incorrección. De ahí que a los neutrinos se les haya dado en llamar los fantasmas de la creación.

Como los fantasmas, han permanecido durante décadas insinuando su presencia sólo a unos privilegiados, pero sin dejarse ver. Los físicos sabían de la necesidad de la existencia de partículas infinitesimales de carga neutra y masa en reposo casi cero desde 1930. Los neutrinos eran imprescindibles para dar coherencia a las leyes de la física fundamental, pero nadie era capaz de verlos por ninguna parte.

Como los fantasmas, los neutrinos aparecieron en público por casualidad una noche de febrero de 1987, cuando nadie los esperaba. Aquel día, mientras un astrónomo sobresaltado capturaba las primeras imágenes de una supernova desde el observatorio de Las Campanas, en los Andes chilenos, dos equipos de físicos detectaban en sendas minas de Japón y de Ohio una inusitada actividad de descomposición de protones. La ciencia tardó en relacionar ambos hechos, pero al cabo quedó establecida la secuencia: la supernova 1987A (la primera detectada a simple vista por el hombre desde que en 1604 Kepler diera cuenta de una similar) había arrojado al espacio trillones de partículas invisibles (neutrinos) causantes del suicidio masivo de protones en la Tierra.

Hoy sabemos que, como los fantasmas, los neutrinos son los mensajeros de la muerte de las estrellas. Si los cientos de miles de millones de soles que hay en cada galaxia fueran estables y eternos, no existirían los neutrinos. Pero estas divisiones del mundo material, tan pequeñas que cabe más o menos un millón de ellas en cada centímetro cúbico del espacio, nos recuerdan que en el seno de los astros se está produciendo una inexorable cadena de acontecimientos nucleares que conducen a su fin.

Como los fantasmas, los neutrinos atraviesan la materia sin apenas interactuar con ella. Cada segundo, cien trillones de neutrinos llegados de nuestro sol o de otros soles nos penetran de costado a costado sin que nos demos cuenta. Pero los físicos saben que todo en el mundo de las partículas tiene un porqué. Quizás esta ingente cantidad de agentes cósmicos, tenidos en cuenta a la vez, podría influir en el devenir del cosmos. El futuro del universo depende de su masa. Es decir, para que la ciencia conozca cómo acabará el tiempo y el espacio deben pesar antes toda la materia que contienen. Hasta ahora, una parte fundamental del cosmos, la del mundo de los neutrinos, era imposible de pesar. Pero el experimento de Sudbury empieza a hacerlo posible. El fantasma puede ser cazado.

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