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Gibraltar y el método Piqué

Cohetes y tambores: el gobierno español y el británico han reanudado sus conversaciones sobre el “asunto exterior”, Gibraltar, después de tres años de receso. Nunca explicaron los británicos por qué incumplieron el Acuerdo de Bruselas (1984), por el que se comprometían a celebrar anualmente una reunión de ministros de Asuntos Exteriores dedicada en exclusiva al contencioso gibraltareño. Con idéntica frescura han decidido volver a la mesa de negociaciones (es un decir: en esa mesa no se negocia absolutamente nada de lo único que importa a España, la soberanía) sin que mediara tampoco explicación alguna. ¿Será tal vez, como se ha dicho estos días, porque hay un nuevo ministro de Exteriores en Londres?

La explicación es tan peregrina como inocente. Los británicos tienen una política para Gibraltar, cuidadosamente elaborada a lo largo de los últimos veinte años. La política española al respecto es saltarina, inconsecuente, errática y quebradiza. Para suplir la existencia de un proyecto estratégico compartido por todas las fuerzas políticas y sociales, los diversos gobiernos han ido improvisando. Se abrió la verja sin contrapartidas, se franqueó el paso peatonal, se toleró alegremente que la colonia se convirtiese en lo que hoy es, la madre de todos los tráficos ilícitos en el Mediterráneo Occidental, y se permitió que reiteradamente —es una manía— los británicos incumpliesen los acuerdos que firmaron en buena y debida forma, como por ejemplo el del uso conjunto del aeropuerto que se convirtió de la noche a la mañana en papel mojado porque a los “llanitos” (habitantes de Gibraltar) no les gustaba.

Cada vez que el Gobierno de su majestad británica se encuentra, por ejemplo, con que España veta alguna directiva de la UE que les afecta e interesa, empieza la comedia y vuelven a la mesa de negociaciones, amagan sonrisas de comprensión y arrepentimiento, aseguran que de ahora en adelante la querella se convertirá en luna de miel, redactan un comunicado conjunto eufórico y ditirámbico hasta que España levanta su veto. Así sucedió con la directiva sobre transportes, así está sucediendo ahora con la directiva sobre el espacio aéreo único. Es lo que algunos definieron como el “método Matutes”, ahora convertido en “método Piqué”: evacuar nubes retóricas sobre unas relaciones inevitablemente difíciles para tapar la cesión que se aproxima con obviedades diplomáticas.

Los resultados están a la vista: nunca el contencioso de Gibraltar se hallaba más lejos de una solución razonable, nunca los “llanitos” habían sido más prepotentes, nunca los británicos se habían mostrado más sarcásticos con el amigo español convertido en perrito faldero. Ahora la guinda está en la invitación hecha al “ministro principal” de Gibraltar, Caruana, para que participe en las conversaciones. Caruana está invitado a tales conversaciones desde 1984, pero no se tomó la molestia de participar, dado que lo que pretende es hacer rancho aparte y convertir su presencia en una delegación autónoma para reivindicar el derecho a la autodeterminación.

Ni Piqué ni su colega británico se han tomado la molestia de aclarar días pasados si la invitación a Caruana era para que tomara asiento como miembro de la delegación británica o como representante único de la entidad gibraltareña. Y ahí está la madre del cordero. ¿Creerán ustedes que algún día llegará esta aclaración? Cualquier duda al respecto sería ofensiva. El método Piqué se parece mucho a la famosa frase de don Eugenio D’Ors : “¿Está suficientemente claro? Pues bien, ¡ahora oscurezcámoslo!”

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