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Ignacio Villa

A cara descubierta

Los inicios de colaboración contra el terrorismo entre el Gobierno central y el vasco comienzan a obtener sus frutos. Se está llegando a acuerdos y también se enuncian líneas de trabajo en común entre las dos administraciones y, especialmente, entre todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Hasta ese punto, todo es correcto. Es el resultado, sin duda, del último encuentro entre Aznar e Ibarretxe, en el que el presidente del Gobierno, en una jugada política maestra, puso encima de la mesa seis propuestas de trabajo conjunto en la lucha antiterrorista. Ibarretxe, que llegaba con el mismo “disco” victimista de siempre, no pudo decir que no. Y, después de algunos tiras y aflojas, parece que esa colaboración comienza a marchar, al menos desde el cuidado de las formas y de las relaciones institucionales.

Pero estos primeros resultados no nos pueden llevar a engaño. El Gobierno vasco es un especialista consumado de las dos caras. Una, en Madrid, de bondad y buenas intenciones. Otra, en el País Vasco, más pendientes del control político y social. Los amagos de colaboración, las intenciones de trabajar en equipo son, sin duda, una buena noticia, pero es sólo un primer paso. El Gobierno vasco no va a pasar su reválida en la sede del Ministerio del Interior. Su verdadero examen lo va a pasar, lo está pasando cada fin de semana, en cada fiesta patronal y en cada acción de terrorismo callejero.

La Policía Autónoma vasca tiene una buena preparación y dispone de un importante servicio de inteligencia. El problema es único y está claramente diagnosticado: los mandos políticos de la Ertzaintza impiden el trabajo de sus agentes. Y ese es el verdadero cambio que se necesita. Los acuerdos de Madrid son saludables, son un ejemplo de que la cooperación policial es posible, son una muestra de cuál es el camino inequívoco para luchar contra el terrorismo. Pero dichos acuerdos no se pueden convertir en una trinchera del Gobierno vasco.

A partir de ahora, la actividad diaria, la estrategia para combatir el terrorismo callejero, la iniciativa necesaria para evitar la permanente apología del terrorismo y los mecanismos obligatorios para que centenares de ciudadanos vascos no sigan inmersos en el miedo se van a convertir en el verdadero termómetro de las buenas intenciones. El PNV, amigo desde hace muchos años de las dos caras, tiene ahora una oportunidad única para demostrar que el terrorismo –como dicen– va a ser una de sus prioridades.

Los acuerdos y las medidas de colaboración entre Madrid y Vitoria marcan, sin duda, lo que debería ser una coordinada lucha antiterrorista. Apuntan la necesidad de tirar todos en la misma dirección. La duda es que, ahora, sobre el terreno, en la lucha diaria, el nacionalismo vasco mantenga el mismo rostro o, por el contrario, vuelva a las andadas, a las caretas que tanto le gustan. Contra el terrorismo hay que luchar a cara descubierta.

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