El ataque norteamericano contra los talibanes comenzó cuando aquí en Washington ya se consideraba inminente, pero el orden de las operaciones ha sido distinto de las previsiones: en vez de empezar con los bombardeos humanitarios, las primeras salvas fueron de misiles y de bombas.
Los que parece probable en estos momentos es que los aviones norteamericanos y británicos operen por las noches, cuando la oscuridad les da una superioridad sobre la tecnología poco desarrollada de los afganos. El día se dedicará a lanzar bolsas con comida, alimentos y otra ayuda humanitaria desde gran altura y cuando los beneficiarios tengan la posibilidad de verlas caer y correr a recogerla.
Este es un ataque con las alianzas de siempre, pero con cambios importantes también: se realiza con el "mejor amigo" de Estados Unidos, Londres, y se vuelve a la cooperación de Rusia, un aliado en la anterior gran contienda que fue la Segunda Guerra Mundial. Faltan los otros aliados de la OTAN que, por primera vez, se encargarán de proteger el territorio norteamericano con los aviones AWACS.
Todas las guerras tienen un elemento de propaganda y en esta queda claro que no lo olvidan y tanto Bush como el primer ministro británico Blair coordinan su mensaje, que los terroristas de Bin Laden "profanan" la religión islámica matando en su nombre.
Los lanzamientos de comida, además de su función humanitaria, refuerzan el mensaje propagandístico, pero son también una indicación de que Washington comprende que se ha de replantear su futura política exterior: un legislador tras otro reconoce que se equivocaron en abandonar a los afganos a su suerte y que tan solo podrán mantener la estabilidad si hacen mayores esfuerzos en desarrollar la infraestructura de la región, no solo con comida, sino también con escuelas que contrarresten las "madrassas", los centros de educación islámica dedicados a forjar extremistas sin más conocimiento que el Corán y fieles tan solo al imán que se lo enseñó.
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