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Lucrecio

Doble lenguaje

Sólo una cosa enfatizó la prensa española a lo largo de un año y medio de Intifada: la edad de los muertos. Adolescentes. Niños, casi. Nadie aquí quiso preguntarse sobre la extrañeza de que críos de diez o doce años pudieran tranquilamente liarse a cantazos con tanques o soldados pertrechados de armamento moderno, sin que sus padres hicieran nada para impedirlo. Que detrás de los niños con ladrillo u honda anduvieran parapetados los adultos armados de Hamas o del arafatista Tanzim (esto es, la policía palestina con o sin uniforme), muy pocos nos atrevimos a constatarlo. Fuimos tachados, en el más bondadoso de los casos, de asesinos sionistas. En el inmenso racismo que subyace bajo el romántico tercermundismo de los anacrónicos progres hispánicos, todo el mundo parecía juzgar irreprochable que unos padres permitieran lo que un simple par de bofetadas hubiera hecho imposible: que sus mocosos se hicieran matar en masa como trinchera de Arafat y sus uniformados terroristas. Pocas cosas conozco tan bárbaras a lo largo del bárbaro siglo XX.

Pero esa barbarie –que prefiguraba todo lo que vendría luego: quien es capaz de hacer eso con un hijo de diez años, no veo por qué diablos habría de tener reparo en llevarse por delante a 7.000 civiles en un Nueva York—, esa exhibición del más infame cinismo supersticioso, ningún medio español aceptó constatarla. Se tomaba nota de la edad de los muertos. Se cargaba el cadáver a la cuenta de Israel. Y se apilaba atrocidad antisemita sobre atrocidad antisemita contra el único Estado democrático (contra el único Estado civilizado, a secas) del despótico Cercano Oriente. Para el inconsciente español, forjado en sandeces como la leyenda del niño de La Guardia, judío y descuartizador de niños es lo mismo.

No ha habido información en la prensa española sobre la ofensiva terrorista contra Israel del último año y medio que no lo redujese todo a constatar, en grandes titulares, la edad de las víctimas; ésas que caían mientras sus mayores disparaban contra el ejército israelí, protegidos, a modo de sacos terreros, tras el despreciado cuerpo de sus retoños.

Hasta ayer.

¿Alguien ha constatado la edad del primero de los dos muertos de la manifestación integrista del lunes en Gaza? La constato yo: 13 años. Pero el lector tendrá que buscar la información con lupa. ¿Algo ha cambiado en lo usos retóricos de la prensa española? Sí, claro que sí. Las balas, esta vez, eran las de la policía palestina (que luego tuvo las santas narices de atribuirlas a misteriosos “enmascarados”). ¿Y quién se atreverá, en España, a acusar al asesino de Munich de infanticidio? No. Para el fóbico inconsciente español, no hay más infanticida que el judío.

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