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Desde que A.E.W. Mason escribiera aquella maravillosa novela de aventuras titulada Las cuatro plumas, o incluso desde mucho tiempo antes, cuando alguien las recibe por correo le están llamando cobarde. En el libro, el oficial británico Enrique Feversham fue devolviéndolas, una a una, a su novia y a sus tres mejores amigos, demostrando que no era una "gallina" sino más bien todo lo contrario. La novela era muy entretenida, y con la película que luego se filmó en los años 30 me mordí las uñas. Con cada pluma que entregaba, soltaba un respiro de alivio. Y así hasta la cuarta. Ahora bien, el trabajo de Feversham resultó hercúleo. ¿Jugártela sólo para demostrar que no eras un cagueta? No sé, yo no lo haría desde luego.

El otro día Brad Fittler recibió una carta anónima. La abrió y dentro se encontró con cuatro plumas blancas. En territorio aussie continúan llevando a rajatabla la tradición, por lo que el capitán de la selección australiana de rugby a XIII comprendió al instante que le estaban llamando cobarde. Días antes había liderado un plante porque, tras el atentado del "11-S", no querían viajar a Gran Bretaña. La gira de seis semanas quedó, en principio, anulada y posteriormente reducida. Ahora mismo los campeones del mundo están concentrados en Sydney, desde donde partirán el próximo lunes para jugar una serie de partidos.

El detalle estaba cargado de un mal gusto muy especial, algo refinado porque, tras haberse convertido en uno de los mitos del rugby australiano, Fittler está ahora a punto de iniciar su retirada y, sinceramente, no pienso que, como el personaje de ficción que ideó Mason, vaya a dedicar ni un sólo instante de su vida a perseguir a los que le acusan. Si yo fuera Brad Fittler también me lo pensaría dos veces, probablemente me habría quedado en casa, calentito, tomándome unas buenas sopas de ajo. Si yo fuera el capitán de la selección aussie de rugby, no tendría que demostrarle nada absolutamente a nadie, "plumiferos" incluidos.

Fittler volverá a liderar al equipo australiano de rugby, un deporte por el que sienten auténtico fervor por aquellos lares. Después, a sus 29 años, dejará el deporte en activo y, como casi todos los deportistas en idéntica situación, ejercerá como comentarista de televisión o radio. Seguirá siendo un mito al que un día un papanatas llamó cobarde por carta. Ya me gustaría a mí haber visto a Errol Flynn recibiendo los golpes de Fittler. Para eso sí que hay que tener un par de narices, desde luego.

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