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La excusa del Cupo

Desde que el PNV se “echó al monte” en Estella de la mano de los proetarras, el eje de su política ya no es la mejora y ampliación del Estatuto de Autonomía (nunca lo fue realmente, aunque sí de cara a la galería). Después de serles transferidas todas las competencias que la Constitución permitía, el Estatuto “se les quedó pequeño”, y ahora apuestan abiertamente por la independencia “en esta legislatura” —según dijo el propio Ibarretxe— y con los mismos métodos —a excepción de las bombas y las pistolas— que emplean sus compañeros de viaje: el cuestionamiento permanente del marco institucional y la fabricación de conflictos y agravios con el “territorio limítrofe” para mantener la unión y la adhesión de sus bases al proyecto independentista. Es la misma táctica que emplean todos los gobernantes de corte totalitario. Necesitan “enemigos exteriores”, reales o imaginarios, para consolidar su poder.

Sólo así se entienden los desplantes de Ibarretxe y Arzallus al Gobierno y la absurda exigencia de la “representación europea” como requisito previo para aprobar la ley del Cupo. Los 40.000 millones son lo de menos. El PNV sabe perfectamente que la política exterior es competencia exclusiva del gobierno central, y ningún gabinete que respete la ley puede hacer concesiones en este sentido. Pero vende a su electorado la voladura controlada de las negociaciones como una “intolerable imposición de Madrid” que exige “una defensa y un contraataque muy fuertes” en palabras de Arzallus.

Ni qué decir tiene que la prórroga de la ley del Cupo 1997-2001 (pactada con el PNV) es perfectamente legal. Su Disposición Transitoria Única así lo recoge expresamente. Acierta de pleno D. Cristóbal Montoro cuando dice que en el gobierno vasco “no hay voluntad política para llegar a acuerdos”.

Intentar saciar al insaciable es como correr delante de los lobos: a cada zancada se incrementa su apetito, puesto que los anhelos irracionales (totalitarios) no se nutren de los “mundanos” y “viles” interés económicos, sino de las “elevadas metas” a las que todo se supedita. La prueba es que más de veinte años de autonomía vasca —que supera en competencias a muchos estados federales— no han servido al PNV más que de “frugal aperitivo” en espera del plato fuerte: la independencia.

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