Lo que ha ocurrido en el CGPJ no ha sorprendido a nadie, pero no por ello deja de provocar tristeza. Hasta ahora se intuía el sectarismo de los vocales, su seguidismo y la fidelidad hacia unas siglas políticas. Desde ahora, la intuición ha sido sustituida por la certeza. La imagen de los ocho vocales de la minoría progresista compareciendo en rueda de prensa, mientras la mayoría conservadora les escuchaba, sentada junto a los periodistas (esperando su turno para hacer lo mismo) es el modelo de lo que nunca debería ocurrir en el CGPJ. Los vocales han despreciado algo tan importante y al mismo tiempo tan débil como es la institución que alberga al gobierno de los jueces. Y cuando se rompe un objeto delicado su reconstrucción es muy difícil.
Es cierto que, como alegan los vocales de la minoría, la mayoría conservadora del CGPJ está permitiendo que el poder Ejecutivo se inmiscuya en el Judicial. Más de un vocal propuesto por el PP suele recordar a sus compañeros los criterios que el Ministerio mantiene en determinados asuntos. Y es que también es cierto que más de uno ocupa el sillón de vocal por sus amistades con determinados cargos influyentes del PP. Esos cargos, a la hora de elegir a los candidatos, prefirieron la fidelidad política al perfil jurídico. Es igualmente cierto que los vocales progresistas han optado por la peor vía de todas las posibles: declarar la guerra a la mayoría y renunciar a caminos más prudentes. La paciencia no parece contarse entre las virtudes de los ocho vocales denunciantes del rodillo.
Es necesario que uno deje un puesto para que su sucesor le haga bueno. Es lo que está ocurriendo ahora con el nuevo CGPJ. Los que ocupaban antes esos sillones observan el espectáculo con una sensación que navega entre el regocijo y la tristeza. “Ahí sobran guapos y faltan viejos”, sentencian los más pérfidos, que se ríen, y con razón, del Pacto de Estado para la Justicia. Todavía resuenan aquellos bombos y platillos. Los bombos y platillos vienen ahora de Europa.
Todos los derechos reservados
!-->