El arancel impuesto por Estados Unidos a las importaciones de acero y la amenaza de hacer lo mismo con los productos agrícolas y los semiconductores ha puesto en entredicho tres cosas: la capacidad de EE.UU. para liderar el proceso de globalización económica, las normas que rigen los intercambios internacionales y, sobre todo y ante todo, el papel de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Por supuesto, no es de recibo que el país que tanto ha abogado por la globalización y la liberalización del comercio mundial, que ha liderado esos procesos, sea ahora el que les haya propinado semejante mazazo con una decisión unilateral adoptada porque tiene problemas con determinados sectores productivos. Pero las cosas son más complejas. Por de pronto, ni la Unión Europea ni Japón pueden decir nada ante la amenaza de extender el arancel a los productos del campo porque tanto la UE como el Archipiélago son todavía más proteccionistas con su agricultura. De hecho, los norteamericanos llevan años tratando de derribar las barreras que unos y otros levantan frente a los alimentos made in USA y de acabar con las más que generosas subvenciones de los europeos a su agro y ya empiezan a cansarse de estrellarse tantas veces contra la misma pared. Y en cuanto a los semiconductores, ocurre lo mismo que con el acero, esto es, que a EE.UU. empiezan a hinchársele las narices con el dumping de Corea del Sur. Claro que su política de dólar fuerte también tiene que ver en todo este lío y eso no están dispuestos a cambiarlo, al menos por ahora.
En cualquier caso, estos conflictos deberían haberse resuelto en el seno de la OMC. La Organización, por ejemplo, debería haber tomado hace tiempo la iniciativa para que la UE empiece a desmontar una fortaleza agrícola que tanto dinero le cuesta a los contribuyentes, lo mismo que ocurre respecto a la política agrícola japonesa que protege tierras poco fértiles y productivas y obliga a los nipones a pagar muy caros los alimentos que consumen. Pero la OMC ha fallado a la hora de promover estos cambios porque, simple y llanamente, ni siquiera lo ha intentado.
Con el acero y los semiconductores ocurre tres cuartos de lo mismo. EE.UU. lleva tiempo denunciando el dumping de Corea, el mismo que hizo en la década de los ochenta con los astilleros, pero no ha obtenido resultados. La OMC debería haber intervenido de oficio, pero no lo ha hecho a la espera de una denuncia que no ha llegado. Y no se ha producido porque los procesos en el seno de la Organización llevan años hasta que se resuelven, cuando tendrían que solucionarse con rapidez para garantizar el buen funcionamiento del comercio internacional y de las normas que lo regulan. Entonces, ¿para qué sirve la OMC?
Esta es una de las cuestiones a las que habría que buscar pronto una respuesta, con independencia de que la política del dólar fuerte sea responsable de algunos, o de muchos, de los males de la agricultura y la industria norteamericanas. Y la respuesta debería llegar cuanto antes porque se corre el riesgo de perder todo lo ganado en los últimos años y volver de manera más o menos brusca a un proteccionismo que perjudica a todos, empezando por aquel que lo promueva, como hace EE.UU. con sus últimas decisiones.
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