Cuando el presidente del Gobierno, José María Aznar, dice que los europeos no se pueden echar a dormir y seguir aplazando las necesarias reformas estructurales en la Unión Europea y la generalización de la Sociedad de la Información, no le falta razón. No se trata de cumplir como sea aquello que se acordó hace dos años en la cumbre de Lisboa de convertir a la UE en la economía más competitiva del mundo en 2010. Se trata de no seguir perdiendo terreno frente a unos Estados Unidos que, en los últimos seis años, han ampliado considerablemente las distancias que les separan de los Quince y ahora, después de la crisis de la segunda mitad de 2001, empieza a remontar con una fuerza que ni los mismos norteamericanos pensaban que podría producirse.
Un informe reciente del Conference Board, la patronal norteamericana, titulado Perfomance 2001. Productivity, Employment and Income in the World’s Economies, ilustra a la perfección lo que preocupa a Aznar y debería inquietar al resto de los líderes políticos europeos. En 2001, la productividad de EEUU creció el 1,8%, a pesar de la intensa desaceleración económica; en la UE, en cambio, sólo aumentó el 0,6%. De esta forma, la productividad por hora norteamericana el pasado ejercicio fue 4,67 dólares mayor que en los Quince; en 1995, esa distancia era de 2,86 dólares. Todo ello se ha traducido en que la tasa de crecimiento económico estadounidense en el periodo 1995-2000 aumentase 0,9 puntos sobre el periodo 1990-1995, mientras que en los Quince se redujera 1,2 puntos. Y las cosas empeorarán si los europeos siguen sin hacer nada por culpa de Francia y Alemania.
Dichas cifras son ya de por sí significativas, pero el informe añade algo más: esas ganancias de productividad en Estados Unidos se trasladan casi en su totalidad a los salarios, mientras que en Europa no sucede lo mismo debido a que se trabaja menos horas y a que la proporción de ocupados sobre la población en edad de trabajar es mucho menor. Como consecuencia de todo ello, la renta per cápita de los europeos apenas llega al 67% de la que disfrutan los norteamericanos.
¿Cuál es la clave de estas diferencias? El propio informe lo dice: la apuesta decidida de los norteamericanos por generalizar, desde mediados de la década de los noventa, las nuevas tecnologías de comunicaciones y de la información, pero también que los estadounidenses iniciaron muy pronto todo un proceso de reformas estructurales para facilitar esa introducción y para dotar a su economía de la flexibilidad necesaria para asumir cambios tan profundos.
Esas apuestas de EEUU, además de los beneficios del pasado, están dejando sentir sus efectos positivos en el presente, en forma de la crisis económica de menor duración de los últimos cincuenta años y de la que la economía norteamericana está saliendo con una fuerza que empieza a sorprender a propios y extraños. El secreto estriba, por un lado, en que la flexibilidad de la economía norteamericana ha permitido a las empresas adaptarse rápidamente a las nuevas circunstancias y prácticamente han concluido su saneamiento. Por otro lado, las ganancias de productividad han permitido un crecimiento intenso sin inflación, a pesar de estar en pleno empleo, que ha abierto el margen necesario para el drástico recorte de tipos de interés por parte de la Reserva Federal del que ahora bebe la recuperación norteamericana.
Si la UE no quiere seguir perdiendo terreno frente a EEUU tiene que empezar a caminar por la misma senda; si quiere empezar a recuperarlo, tiene además que acelerar su paso. Si los líderes comunitarios que se reúnen este fin de semana en Barcelona no tienen claras estas cuestiones, la decadencia de Europa será inevitable.
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