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Una visita, dos escenarios

Poco después de su arribo al habanero aeropuerto de Boyeros, el ex presidente James Carter —quien ahora mismo preside el Centro no gubernamental especializado en la resolución de conflictos y la ayuda al desarrollo que lleva su nombre— declaraba: "Hemos llegado como amigos del pueblo de Cuba y tenemos esperanza de conocer a cubanos de diversas vertientes de la vida". Todo ello en un atropellado castellano que Fidel Castro encajó como buenamente pudo.

¿Cubanos de diversas vertientes de la vida? Más allá de una posible "traducción" defectuosa, parece que el demócrata se refirió —o insinuó que se refería— a cubanos de disímiles responsabilidades e ideologías. Y más: cuando dijo "pueblo de Cuba" todo indica que en realidad quiso decir "pueblo de Cuba", no Gobierno de Cuba (como lamentablemente suele ocurrir). Ya al segundo día de su visita, sin previo aviso y alterando el derrotero anunciado, el ex mandatario norteamericano invitaba a los disidentes Elizardo Sánchez Santacruz y Oswaldo Payá —presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CDHRN) el primero; líder del Movimiento Cristiano Liberación (MCL) y cabeza visible del ya célebre Proyecto Varela, el segundo— a un desayuno de trabajo en su hotel de La Habana Vieja. Un desayuno de una hora en el que se habló de la situación en las cárceles del castrismo, de derechos humanos y civiles y, puntualmente, del Proyecto arriba mencionado: el hecho de que la disidencia interna cubana haya presentado ante la llamada "Asamblea Nacional del Poder Popular" 11.020 firmas para reclamar un referendo, habla por sí solo del poder de convocatoria alcanzado por una oposición aún embrionaria —en sistemas totalitarios como el comandado por Fidel Castro es prácticamente imposible superar ese estadio—, que enfrenta las violencias físicas y verbales del régimen a pecho descubierto. Todo ello interesó al presidente de un Centro que en los últimos años ha enviado observadores electorales a Panamá, Ghana, Zambia, Haití, México, Medio Oriente, Venezuela, Nicaragua, Mozambique, etcétera. El Proyecto Varela busca eso y más: convocar a un referendo en demanda, entre otras cosas, de elecciones abiertas.

De cualquier modo, la pregunta sigue en pie: ¿Beneficiará la visita del ex mandatario estadounidense al pueblo cubano o, como sucediera en 1998 con la de Juan Pablo II, le echará un nuevo balón de oxigeno a su gobierno? Como antes hiciera el de Vicente Fox, y antes el de varios de los gobernantes presentes en la Cumbre Iberoamericana celebrada en La Habana —y antes y antes, y así sucesivamente—, el encuentro de Carter con la oposición pacífica (para el próximo jueves se ha anunciado una reunión mucho más nutrida) sigue la estela de creciente reconocimiento internacional que la disidencia abriera en la pasada década. Sin embargo, de cierta manera la visita de Carter legitima, y pudiera hasta baldear, los establos de la oligarquía cubana. En el marco de una geopolítica que tras el 11 de septiembre se le ha revelado particularmente adversa, enemistado con casi todo el mundo, sin nadie que le llame (por teléfono), el dictador recurre una vez más a un golpe de efecto: es como si luego de atracar la tienda abordara al primer policía a tiro para pedirle fuego (ni el gato se cree el cuento de que los Hermanos Castro —ni siquiera Marx— descubrirán lo más recóndito de sus armerías biotecnológicas, existan o no, al distinguido visitante). Sólo el Proyecto Varela, en manos y en boca del ex presidente, podría alterar, a favor de la democracia en Cuba, este último escenario. Ya se verá qué uso hace de las 11.020 firmas el político norteamericano.

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