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Con la ley en la mano

Después de veinticinco años de eufemismos y cautelas mal entendidas para con los proetarras, la sociedad española y su clase política por fin han comprendido que después de Lizarra y de la tregua-trampa de Eta, la temida “fractura social” en el País Vasco que, supuestamente, habría provocado la ilegalización de Batasuna, en realidad ya se había producido hace mucho tiempo.

Mientras el PNV anduvo bordeando —sin traspasarlas— las fronteras de la Constitución y del Estatuto, la principal preocupación de las fuerzas políticas democráticas respecto de los nacionalistas vascos fue atraérselos con concesiones y un trato exquisito, para que se sintieran “cómodos” en el seno de una España democrática. El proceso de euskaldunización de la sociedad vasca que emprendió el PNV nada más llegar a Vitoria, la falsificación de la Historia en la escuela pública, en la Universidad y en las ikastolas, eran, según se veía entonces, un mal menor que era preciso aceptar para que los nacionalistas “moderados” no se dejaran arrastrar por los proetarras.

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que la tolerancia para con las mistificaciones y victimismos del PNV ha sido contraproducente. Los nacionalistas nunca renunciaron a su objetivo último, la independencia, y han aprovechado todas las oportunidades que la generosidad de los españoles les ha brindado para forzar un clima favorable, o al menos no hostil, al tránsito “pacífico” hacia la separación de España. El acercamiento del PSE tras la defenestración de Redondo Terreros, así como el apoyo que un sector muy importante de la Iglesia vasca, encabezado por sus obispos, son buenos ejemplos de ello.

En esa estrategia, los batasunos eran imprescindibles, pues constituían el eficaz contrapeso que permitía a los de Arzalluz situarse en el “centro” político vasco, en la “equidistancia” entre los “herederos del franquismo” y los independentistas radicales marxistas-leninistas. Por tal razón, el PNV siempre se ha mostrado contrario a la ilegalización de los proetarras, ya que su desaparición les colocaría en uno de los extremos de la escena política. Dejarían de ser los “moderados” para ocupar el lugar de los “radicales”.

No es extraño, pues, que el PNV haya movilizado todas sus influencias y su aparato de propaganda para intentar deslegitimar y desacreditar la iniciativa de PP y PSOE. Aun a pesar de que el PNV intentó que, por enésima vez, el PSOE sucumbiera a sus cantos de sirena, en esta ocasión Zapatero se ha mantenido firme, quizá porque, una vez destruido su programa inicial por los ataques de la vieja guardia, el actual líder del PSOE al menos querrá pasar a la Historia como el político que logró la unidad de acción de los demócratas contra el terrorismo, un logro que, a pesar de sus grandes desaciertos, nadie le puede negar.

Han tenido que pasar casi veinticinco años de vida democrática en España (una generación), para poder perseguir a los apologetas y colaboradores del terrorismo con la ley en la mano, sin los complejos de franquismo residual que han impedido durante todo este tiempo criticar los planteamientos nacionalistas así como poner freno a la impunidad con que los proetarras han escarnecido a las víctimas de los terroristas y han jaleado a sus verdugos mientras que recaudaban para Eta los fondos procedentes del chantaje y la extorsión. A partir de ahora, la principal preocupación de los batasunos será, en lugar de organizar algaradas callejeras y actos de apoyo a los terroristas, tratar de pasar inadvertidos a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Por eso están tan nerviosos y amenazan con una “catástrofe”, como hizo el martes Pernando Barrena, portavoz de Batasuna en Navarra y miembro de la Mesa Nacional de este partido. Demasiados años de impunidad que, afortunadamente, tocan a su fin.

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