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Lucrecio

Galindo en su laberinto

Mucha ha sido la indignidad del que fuera virrey de Inchaurrondo, con potestad sobre cuerpos y almas. De sus hombres, por supuesto. También, de la población civil, para tratar a la cual con todos los atributos de un rebaño forzó hacer coartada de lo más peligroso: el terrorismo. Y acabó por hacer del terrorismo espejo de sí mismo, por hacer algo sin comparación peor que el terrorismo de ETA, porque el terrorismo de una banda armada sólo es cosa del código penal, y el terrorismo que se practica desde un aparato militar del Estado y con cargo a los impuestos ciudadanos corrompe al Estado entero, a la sociedad que paga sus presupuestos, nos corrompe a todos. No hay inmoralidad mayor –tampoco, peor error político— que el asesinato perpetrado bajo el consensuado blindaje del Estado.

Mas lo de Lasa y Zabala fue aún más que asesinato. Basta leer el auto conmovedor de aquel juez instructor, Javier Gómez de Liaño, que, por jugar dignamente las cartas de la verdad allá donde cualquier otra cosa hubiera sido peor que indigna, sufrió la más brutal persecución que haya caído sobre un magistrado desde el fin de la dictadura. Nunca este país sabrá agradecer el heroico esfuerzo que acabó, por mor de un peronista a sueldo llamado Bacigalupo, con su toga colgada.

Al lado de esos desguazados cuerpos de quienes fueron jóvenes secuestrados durante semanas y durante semanas torturados por hombres de Galindo en locales oficiales y bajo vigilancia uniformada, y luego ejejcutados a quemarropa y arrojados a una fosa que tal vez ellos mismos cavaron antes, a cientos de kilómetros del lugar de su secuestro por orden de Galindo..., todos los demás abusos cometidos por el “militar más con decorado del ejército español” quedan en casi minucias. Todos los que conocemos, al menos.

Galindo es una vergüenza para la especie humana. Para quienes juzguen que “especie humana” es una fórmula retórica, Galindo es una vergüenza para la nación española. Para quienes consideren que “nación” es una cosa abstracta, Galindo es una vergüenza para el ejército español; lo sería para cualquier ejército que merezca tal nombre.

La prueba de que todo el mundo sabe eso se dejó ver durante los días de su juicio. Sólo dos oficiales de máxima graduación asistieron en la sala a aquel horror en el que hombres que fueron de uniforme narraban, como quien toma una caña, las atrocidades más inhumanas. El alto mando abandonó a un sujeto al que sabía indefendible.

Galindo merece sólo el desprecio. Y la cárcel. No la militar, por supuesto.

En España

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