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Redondo devuelve la esperanza

Ibarretxe ya ha llegado tan lejos en la senda de la ruptura con el estado de derecho, que el intento de establecer imposibles equidistancias entre el PP y el PNV, protagonizado por Patxi López, Jesús Eguiguren y Odón Elorza y teledirigido por la “vieja guardia” del PSOE, ha hecho aguas en pocos meses. La víctima propiciatoria de ese nuevo entendimiento de los socialistas con el PNV fue Nicolás Redondo Terreros, quien tuvo que abandonar la dirección del PSE después de una brutal campaña de desgaste y desprestigio dirigida por González y Cebrián y orquestada por los medios de Polanco, con el fin de perjudicar todo lo posible al Gobierno e impedirle “capitalizar” los réditos electorales de la lucha contra el terrorismo y la defensa de las libertades.

La mezquina excusa con la que Redondo fue apartado del liderazgo del PSE –el “seguidismo” del PP–, ya no tiene –si es que alguna vez la tuvo– ninguna razón de ser ni ningún asidero político, habida cuenta de que, en este asunto, el PP no está sosteniendo más que el programa mínimo que todo partido político democrático digno de tal nombre debe respaldar: la defensa del estado de derecho como garantía para la vida, la libertad y el pluralismo político, en oposición al proyecto separatista y totalitario de los dirigentes del PNV.

Después de unos meses de prudente silencio autoimpuesto para no perjudicar a su partido, Redondo ha reaparecido con toda energía en la arena política mediante un artículo publicado el viernes en ABC, donde sitúa –como hacíamos nosotros hace una semana– el origen de la situación actual en el fracaso del pacto no escrito entre los partidos nacionales y el PNV que tuvo lugar en la Transición. En palabras de Redondo, el trato era que, a cambio de la lealtad del PNV para con el resto de España y de su colaboración activa en la lucha contra el terrorismo, “el PNV se convertía en un partido con estatus de ‘partido privilegiado’ en un doble sentido: el resto de las formaciones políticas le otorgaba un papel en la política española determinante y nosotros aceptábamos su derecho a veto. No se podía, por tanto, realizar políticas trascendentes (culturales y educativas, económicas o contra ETA) sin el acuerdo explícito del PNV”.

El primer paso –y el más importante– para resolver un problema es plantearlo correctamente, en sus justos términos. Y esto es lo que ha hecho Redondo al exponer que la raíz de la situación actual se encuentra en la política de constante cesión y condescendencia que los partidos nacionales han venido practicando con el PNV desde la Transición, una política que debiera haberse suspendido hace mucho tiempo, cuando se tuvo constancia de que los nacionalistas no estaban dispuestos a perder los beneficios de no tener que llevar escolta ni a renunciar a su “tierra prometida” en aras de la defensa de la vida, las libertades y la democracia.

Es evidente que el PSOE, que gobernó muchos años con el PNV e incluso le cedió a los nacionalistas el Gobierno vasco la única vez que ganó las elecciones autonómicas, es el principal culpable de que Arzalluz, Ibarretxe y Eguíbar se hayan creído tan impunes e intangibles como para aliarse con ETA-Batasuna y desafiar abiertamente al estado de derecho que sustenta su legitimidad y su poder. “¡Cuándo iniciaremos una etapa de autocrítica sobre nuestro inmediato pasado!”, se pregunta acertadamente Redondo, quien en su artículo insta a dar por finalizada la época en que “debíamos implorar el beneplácito nacionalista” para garantizar lo elemental: “los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos vascos”.

La ofensiva de los nacionalistas –como ha sucedido siempre– sólo tiene esperanzas de triunfar si las principales fuerzas políticas sucumben a la tentación de la cesión y el apaciguamiento. Por eso, debemos felicitarnos por recuperar a Redondo en la lucha activa contra el totalitarismo nacionalista, pues no cabe duda de que una amplia mayoría de socialistas españoles y, en cualquier caso, todos los que están comprometidos en la defensa de la vida de la libertad y de la democracia –incluidos algunos nacionalistas como Joseba Arregui, quien desde El País se niega a aceptar el horizonte totalitario que propone Ibarretxe–, comparten sus análisis.

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