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Juan Manuel Rodríguez

Agassi, de grana y oro por Madrid

En una interesante entrevista concedida el otro día a César Litvak, Ion Tiriac, el empresario más poderoso del tenis mundial, proponía algunas reformas encaminadas a recuperar la vistosidad del deporte que le ha convertido en un hombre inmensamente rico. Quizás la más llamativa de todas sea la de aumentar el tamaño de la pelota en un 10%. Tiriac sostiene que de esa forma se reduciría la velocidad del juego en un 30%, acercándolo a lo que él define como "tenis clásico", el que practicaron Manuel Santana, John Mc Enroe o su amigo Ilie Nastase. A Tiriac no le hacen ningún caso, y es curioso porque él fue el introductor de la figura del "coach" (dirigió la carrera de Guillermo Vilas), y también el descubridor de talentos como el de aquel adolescente alemán algo regordete que hizo fortuna bajo el nombre de Boris Becker.

Naturalmente que yo también hecho de menos (utilizaré idéntica terminología a la de Tiriac) aquel "tenis clásico". En la forma y en el fondo. No hay más que darles un repaso a algunos tenistas para darse cuenta de que esto ya no es lo que era. Pero Tiriac se contradice porque, cuando Litvak le pregunta por la "peligrosa distancia que están sacando las Williams a sus rivales", el rumano responde al más puro estilo gallego: "¿se le puede poner arena al motor de Schumacher?". No es sólo que la Federación Internacional de Tenis haya cerrado sus puertas en las narices de Ion, sino que los tenistas más grandes -Pete Sampras, el primero- se han mostrado reacios a tales proposiciones. El tenis ha experimentado en los últimos veinte años un giro de 180°, y no sólo en los materiales sino también en el físico de los jugadores. Y la respuesta es "no", no se le puede poner arena al motor de Schumacher.

Cuando escribo este artículo, el irrepetible André Agassi está aún disputando su partido contra Grosjean. No conozco, por tanto, el resultado del mismo, pero da exactamente igual. El estadounidense se ha convertido en el indiscutible rey del Tennis Masters Series de Madrid. Viéndole jugar contra un súper clase como Juan Carlos Ferrero, con qué exactitud y dureza, rayana en la crueldad, hacía galopar de un extremo al otro de la pista al valenciano, me vino a la memoria aquella reflexión del periodista David Foster Wallace, un loco de este deporte: efectivamente no tenemos ni idea de lo difícil que es jugar bien al tenis. En la rueda de prensa posterior, alguien le preguntó al actual número dos del mundo si conocía algo de las corridas de toros. "No", contestó, "aunque me parece que es una lucha muy desigual". ¡Caramba, lo mismo que cuando él se encierra en la pista con otro tenista! Desigual, sí señor.

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