Menú
Lucrecio

Sindicalismo canalla

Que una huelga puede ser reaccionaria, lo sabe hasta un niño. La movilización agitativa no posee, en sí misma, garantía alguna. Se puede hacer huelga a favor del fascismo como se puede hacer huelga a favor de la causa más noble. Se puede tomar la calle para exaltar a Hitler como para proclamar el paraíso. En el límite, es difícil formularlo mejor de lo que lo hace Saint-Just, en 1794 acerca de la involución monárquica: “la agitación contrarrevolucionaria es también revolucionaria. Revolucionaria contra el pueblo, contra la virtud republicana. Es revolucionaria en el sentido del crimen”.

Pocas cosas, en los últimos veinticinco años de este país, han sido tan criminales como la LOGSE, la ley de enseñanzas medias impuesta por Comisiones Obreras y aprobada por el partido socialista de los más negros años González. Casi ninguna fue más contraria a los intereses de las capas más desvalidas de la población. Ninguna, tan demoledora para la virtud pública, esto es, para la excelencia mental de los ciudadanos. De esa ley atroz, que eliminó cualquier criterio de control, rigor o regulación en la enseñanza media, ha salido ya una generación irrecuperable: la que acaba sus estudios universitarios escribiendo tesis doctorales plagadas de faltas de ortografía, ignorando cuál sea la utilidad de ciertos curiosos paralelepípedos de papel llamados libros y haciendo uso de una sintaxis que ofendería a un crío de tres años en normal uso de sus facultades mentales.

¿A quién beneficia eso? A nadie. Obviamente. ¿A quién perjudica en mayor medida? A las familias cuyos recursos no permiten cortar por lo sano enviando a sus hijos a estudiar a cualquier país que no los condene de por vida a la barbarie y al absoluto fracaso biográfico que deriva necesariamente de una formación que no es mala, ni siquiera pésima; que es inexistente.

Comisiones Obreras y el PSOE hicieron lo que ni el más desaforadamente reaccionario gobierno del franquismo se hubiera atrevido a fantasear: transformar –mediante un sistema educativo a la medida— a la gran masa de la población en un ejército de esclavos ignorantes, sin el menor medio de autodefensa intelectual; en una horda de semianimales de los cuales poder hacer el uso manipulativo que venga en gana a quien mande. Los rebaños que desembocan de los institutos en la Universidad sin saber leer ni escribir son la versión más alucinada que hayamos conocido en el último siglo de los maquínicos siervos de la Metrópolis de Fritz Lang.

Ayer, esas máquinas hiperreaccionarias y corruptas hasta la médula, que usurpan el nombre de sindicatos y holgazanean a costa de nuestros impuestos, salieron a la calle para reivindicar la permanencia en la esclavitud, la ignorancia, la barbarie. Ya han condenado a un par de generaciones; quieren seguir pasando el cerebro adolescente por la túrmix. Hace falta ser canalla.

En Opinión