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Lucrecio

Madrid con pasamontañas

“Ese payaso grotesco que es el autodeterminado juez Garzón, de la mano de la clase política española, está llevando a cabo un verdadero terrorismo de Estado que ningún hombre y mujer honestos puede ver sin indignarse...”

Se admiten apuestas sobre el autor de la frasecita. Yo, desde luego, no hubiera acertado. Al margen de lo vulgar del estilo, su contenido podría literalmente ser considerado un tópico de la jerga patriótica norteña. Que su autor sea cierto icono de la santidad más cursi que a sí mismo se designa como Subcomandante Marcos, resulta más pintoresco.

Pero parece que el santo zapatista andaba pendiente de no sé qué movida chiapaneca celebrada en un Madrid masacrado por la dictadura. Eso dice, así que tendrá sus razones, para arengar a los devotos hispanos con su natural salero: “Estoy seguro de que les va a ir muy bien y que la ausencia del imbécil de Aznar (al que, su nombre indica, sólo le falta rebuznar) y del estreñido del reyecito Juan Carlos pasará desapercibido hasta para la revista ¡Hola!

No es nueva mi aversión hacia estilos y contenidos del zapatismo. Cuando por primera vez irrumpió en todos los medios de comunicación con hortera mixtura de santería primitivista y lengua de madera neostaliniana, tuve la tristísima impresión de un déja vu siniestro. La idea de lanzar a los campesinos a combatir (y a hacerse matar) con rifles de madera, en nombre el realismo mágico, me pareció de una obscenidad moral anonadante. Vinieron luego misivas poético-políticas, a cuyo lado Campoamor hubiera sido Juan Ramón Jiménez. Y esa fusión de la inconsciencia militar y el cretinismo lírico-infantiloide se me antojó lo más vomitivo que había conocido yo en política.

“El clown Garzón ha declarado ilegal la lucha política del País Vasco. Después de hacer el ridículo con ese cuento engañabobos de agarrar a Pinochet (que lo único que hizo es darle vacaciones con los gastos pagados), demuestra su verdadera condición fascista al negarle al pueblo vasco el derecho de luchar políticamente por una causa que es legítima”, sigue el tan vivaracho guerrillero. Al final, concluye con una de esas estupendas alegorías que tanto gustan a la alegre muchachada: “Busqué cómo se dice ‘dignidad’ en vasco, y el diccionario zapatista dice que ‘Euskal Herria’. En fin, lo que no saben Garzón ni sus patiños es que hay veces que la dignidad se convierte en erizo y ¡ay de aquél que pretenda aplastarla!”

Parece una broma. Pero eso es lo que es el zapatismo.

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