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Vladimir Chelminski

Ni un paso atrás

Desde el 2 de diciembre, la gran mayoría de los venezolanos manifiesta su oposición al presidente Chávez negándose a trabajar y a salir de compras. En una sociedad tan empobrecida por décadas de malos gobiernos, el actual paro cívico significa un insólito sacrificio de un pueblo convencido de que la llamada “revolución bolivariana” acabaría con la libertad de expresión, con la propiedad privada, con una policía que responde a gobernantes locales, con la industria petrolera y hasta con los militares. El monopolio de la fuerza está en vías de quedar en manos de milicias sanguinarias. Chávez sueña con un país parecido a Cuba. Por eso los venezolanos han paralizado a la nación cuatro veces en un año.

Chávez irrumpió en la escena política cuando siendo teniente coronel dirigió un fallido golpe de estado el 4 de febrero de 1992, que tuvo un saldo de 17 muertos. Perdonado por el presidente Rafael Caldera, logró ganar las elecciones en 1998, en un proceso electoral en el que los venezolanos rechazaron a los corruptos partidos tradicionales que empobrecieron nuestro país y se alternaron en el poder a lo largo de 40 años. A partir de 1958 Venezuela tuvo una vibrante democracia que ofrecía socialismo con libertad política. Tan contrarias a la propiedad privada, la producción y el empleo fueron todos esos gobiernos democráticos que no se volvió a construir ni una sola vivienda para ser ofrecida en alquiler.

Durante su campaña electoral en 1998, cuando se le preguntaba a Chávez qué autoridad moral tendría para repeler un golpe cívico-militar en su contra, siempre aseguraba que de surgir una oposición, renunciaría con dignidad, tal como lo hizo en 1810 el último capitán general español, Vicente Emparan.

Chávez hablaba apasionadamente sobre la pobreza. Resulta fácil hablar de ella y lo que es mucho más difícil es aplicar soluciones. Llegó al poder con la idea de cambiarlo todo, empezando por la Constitución, de no respetar ningún otro poder, de aniquilar a cualquiera que se le interpusiera en el camino. Desde un principio atacó a los medios, a periodistas y hasta a los humoristas que lo criticaban; acusó a los empresarios de no haber pagado nunca impuestos, a los obispos de ser antipatriotas, a todos los partidos de la oposición. Cambió los programas y textos de la historia patria de manera de exaltar su revolución. Violó la Constitución que encontró y también la que redactaron sus más allegados admiradores bajo sus propias directrices. Siempre parecía estar en campaña electoral, siempre buscó la confrontación con quienes no lo aplaudían, siempre habló de pobreza, de redistribución de la riqueza, de leyes para el desarrollo justo, de mejores escuelas, de cooperativas, de nuevos y mayores impuestos. Al Banco Central le exigió “utilidades especiales”, un cheque en blanco para gastar más, mientras el desempleo, la bancarrota del Estado y el crecimiento de la deuda interna agravaban los problemas que prometía resolver. Violó toda ley que se le interpuso. Siempre recordó que su revolución estaba “armada”. Encargó a sus más sumisos amigos del poder judicial, de la fiscalía, de la defensoría del pueblo y de la contraloría. Pese a su discurso de cambio, lo que hizo fue profundizar todas las fallas de nuestros pésimos gobiernos anteriores.

Ahora el pueblo está en la calle, aun sabiendo que puede ser acribillado por las bandas armadas de los Círculos Bolivarianos y hasta por el propio ejército. Chávez no reconoce el derecho a la huelga y compara el paro de la industria petrolera con su destrucción con bombas. Ahora los tribunales están tomando rápidas decisiones que no lo favorecen, pero no las acata. Bajo intensa presión, suele actuar con la mayor torpeza. El paro petrolero lo quiere resolver con las Fuerzas Armadas. Pretende mover buques tanqueros, camiones cargados de gasolina y hasta reiniciar complejos procesos de refinería con gente inexperta. Accidentes cada vez más graves, como vuelcos de vehículos cisternas cargados de gasolina, gabarras hundidas, buques tanqueros mal anclados, están ocurriendo a diario.

Los venezolanos enfrentamos momentos muy duros y la nación está inmovilizada por falta de energía. Pero la decisión mayoritaria es no dar un paso atrás. Chávez se está quedando solo.

© AIPE

Vladimir Chelminski es director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Caracas.

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