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Iría a "Ópticas Morató", a donde tuvo a bien mandarnos el otro día De la Cruz, si éstas tuvieran en Madrid una filial, pero no. En su lugar he pedido consejo a un óptico amigo mío, culé para más señas, que me ha dicho que ya quisiera él para sí la fina vista que yo tengo, que estoy hecho una auténtica lechuza, en el buen sentido de la palabra naturalmente. Algunos compañeros míos han escogido Ópticas varias, siendo la respuesta invariablemente la misma: "tiene usted la vista de un lince, caballero". De lo que se deduce que, fiel a su tradicional mala pata, Gaspart fue a escoger a un "tientaparedes" como sustituto provisional del empecinado Van Gaal, un cegatoso que tuvo que sufrir un montón moviéndose a tientas por el vestuario, tropezando con todo el mundo. Sólo así –desde la más absoluta ceguedad– puede comprenderse, por ejemplo, que De la Cruz eligiera de nuevo a Frank de Boer como "cierre" azulgrana, cuando el holandés errante ni cierra, ni abre, ni nada de nada.

Y es que el Barcelona ya ni siquiera tiene fortuna con sus "puentes" por muy circunstanciales que estos sean. Una cosa es que todo el mundo opine de fútbol, y otra bien distinta es que alguien, por mucho que aprobara con nota los exámenes del Comité Técnico de Entrenadores, trate de convencernos de que los culés hicieron un buen partido el otro día en el estadio Vicente Calderón. El partido fue un desastre, una locura de principio a fin, un soberbio galimatías que Luis Aragonés aprovechó como maná caído del cielo. El Atlético de Madrid tenía metros y metros de espacio, casi kilómetros por delante, y así las cosas no podían salirle bien al equipo catalán. Fueron tres pero pudieron ser fácilmente seis. Y ante la pregunta del periodista, el "breve" se indignó como si le hubieran mentado a la mismísima madre: "vete a Ópticas Morató".

De buena se ha librado el Barcelona porque el nombre de Toño de la Cruz sonó con insistencia para suplir hasta final de la actual temporada a Van Gaal. Era la "opción barata", pero no sé cómo habría acabado ese invento con un entrenador con perro lazarillo en el banquillo, dando las instrucciones de espaldas al campo, confundiendo el banderín de córner con un jugador y empeñándose en explicarle a una señora del Atleti cómo tenía que defender. Así se las ponían a Felipe II porque Radomir Antic sólo tendrá que ser coherente y lógico para mejorar lo anterior. Si además el entrenador serbio logra lo imposible (o sea, que este equipo juegue sólo un poquito al fútbol) tendrán que ponerle una estatua.

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