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Lucrecio

Otra tragedia

La tragedia de verdad sucederá en otro sitio. Lejanos espacios en los cuales las gentes morirán, porque a veces, demasiadas veces, no hay otro modo de resistir a la barbarie que no sea arriesgando la vida.

La de aquí ya ha sucedido. Y es irrisoria. Vieja también. Es la tragedia de la universal mentira. Del prolijo empeño por ocultar la verdad. Por ocultar la evidencia más palpable, la lógica que parece deba ser exigida a una inteligencia adulta.

Casi unánime, la prensa española –buena parte de la europea, también– ha construido, en lo referente a Irak, un universo de alucinaciones que desplaza lo real. Lo que es más grave: que resuena como realidad en las cabezas de los ciudadanos que no tienen otra fuente de saber qué es lo que pasa tras ese cúmulo de sinsentidos. Los titulares están hechos. A la complacida medida del deseo de la clientela. Nadie cambiará en ellos una coma por algo tan tonto como la verdad.

Dos son las claves básicas de esos titulares que suplen a la realidad, en lo que concierne al trabajo de los inspectores en Irak. Reza el primero que los inspectores no han encontrado nada de lo buscado, y que eso volatiliza el casus belli. Pontifica el segundo que exigir a alguien la demostración de la no existencia de algo es el más intolerable atentado contra la lógica.

Se olvida un pequeño detalle. Cheney lo recordaba ayer. Pero cualquiera que se tome la molestia de pasarse por la hemeroteca podía hacerlo igual. El censo oficial de armamento iraquí tras la guerra del 91 registraba, según datos oficiales de la ONU, suficiente material para producir más de 25.000 litros de carbunco, más de 38.000 litros de toxina botulínica, y hasta 500 toneladas de gas sarín, gas mostaza y agente nervioso VX. El armisticio incluía, como prioridad, la desactivación, bajo control internacional, de todos esos materiales de altísimo riesgo –una pequeña parte de ese carbunco bastaría para exterminar la población completa de Madrid. No se trata de municiones de rifle que puedan ser trituradas sin más. Requieren un tratamiento muy delicado, cuyos protocolos y residuos son inequívocamente controlables.

Así las cosas, es precisamente la “no aparición” de esos materiales censados lo que constituye la violación frontal del alto el fuego. Además de la certidumbre de un riesgo escalofriante. Exactamente lo contrario de lo que toda la prensa española defiende.

No. La tarea fundamental de los inspectores no era remover las arenas del desierto en busca imposible de objetos ocultos: habría que haber estado loco para proponerse en serio una faena así. Era el control de lo sucedido con aquello que existió con constancia material y que –según las autoridades iraquíes– se ha volatilizado en la nada.

Sería extraordinariamente fácil explicarlo. Pero nunca daría titulares tan bonitos como el del ¡No a la guerra de Bush! bajo foto de glamourosa chica de traje caro que la subvención paga. De cerebro diminuto, que también.

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