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Juan Manuel Rodríguez

Mi foto con el "león de Culiacán"

Tengo una foto con el "león de Culiacán". Es lo más cerca que he estado nunca de un rey con coronas. Aquel en concreto no parecía demasiado fiero, más bien un gatito en chándal, un simpático mejicanito de quien cualquier irresponsable podría esperar un arranque del tipo "¡Ay Jalisco no te rajes!" De hecho quienes, desde el más absoluto desconocimiento deportivo, se acercan a aquella instantánea suelen decir siempre lo mismo: "qué simpático ¿no?"... "Es el león de Culiacán", respondo... "¿Y va en chándal?... ¡Pues vaya rey!"... La fotografía está tomada en el aeropuerto de Madrid a finales de los años ochenta. El rey me abraza sonriente, con cara de no haber roto un plato en su vida, aunque cuando conocí realmente a Julio César Chávez fue esa misma noche en la desaparecida Cadena Rato y por mediación de mi amigo Jaime Ugarte, uno de los periodistas que más saben de boxeo en España.

Recuerdo que el Julio que entró en la radio ya era otro Julio. Tuve la sensación de que habría colgado el "gatito" en su habitación del hotel Ritz antes de ajustarse la corona. La realeza sobrevive gracias a la fuerza de sus símbolos, y en el boxeo casi todo es simbólico a excepción del "jab", la sangre y las cejas rotas o la falta de aire tras un golpe bajo. Aquel hombre era el mejor púgil del mundo. El lo sabía. Sus ayudantes lo sabían. La mayoría de nosotros lo sabíamos. Pero por si hubiera alguien ignorante de aquella situación, el Chávez de la Rato no era ya el Chávez en chándal de Barajas, aquel simpático mejicanito, sino otro bien distinto, el rey, el "león de Culiacán", el hombre más poderoso de la tierra. ¿Debíamos inclinarnos? ¿Cual era el tratamiento más adecuado? ¿Había que besarle la mano?

Al poco tiempo de aquella visita –atrapada para mí en un marquito de "20 por 15" que no se encuentra a la altura de las circunstancias– aquel hombre protagonizó uno de los K.O. más sonados de toda la historia. Meldrick Taylor ganaba claramente a los puntos la pelea por el Mundial de los super-ligeros. En el último round, Búfalo (el preparador español del boxeador mejicano) empezó a increparle: "¡Por tu mujer, Julio, por tus hijos, túmbale!... ¿O es que quieres que tu madre vuelva a fregar escaleras?... ¿Es eso lo que quieres, Julio?" El león salió a comerse al estadounidense y, a falta de treinta segundos para el final de la pelea, soltó un zarpazo que le condujo directamente a la "habitación del sueño" (gracias Jaime). Aquella es la misma derecha que, fraternal y confiada, me abraza. Y es que yo, no sé si lo dije antes, tengo una foto con el "león de Culiacán", el "martirizador de América".

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