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Aznar: bien, aunque tarde

Apoyado en el acuerdo de mínimos alcanzado el lunes en el Consejo Europeo, José María Aznar defendió con claridad y convicción en el Congreso la postura del Gobierno respecto a la crisis de Irak. El desarme es responsabilidad de Sadam, quien deberá colaborar incondicionalmente con los inspectores. Para ello, “la presión y la amenaza del uso de la fuerza” han sido y siguen siendo imprescindibles pues, en palabras del presidente “no se desarma a los terroristas sólo con buenos deseos”, como lo demuestra el hecho de que Irak ha violado durante doce años las resoluciones del Consejo de Seguridad y expulsó a los inspectores de armamento en 1998 para poder seguir haciéndolo con mayor comodidad, aviniéndose a readmitirlos sólo bajo la amenaza de una intervención militar.

Suavizadas las discrepancias de Francia y Alemania gracias a la cláusula de “la fuerza debería ser el último recurso” y garantizada la defensa de Turquía –aunque no como parte integrante de los preparativos militares contra Irak–, son Zapatero y Llamazares quienes ahora se han quedado solos en una oposición a la guerra a ultranza y sin argumentos. El líder del PSOE, que anunció irresponsablemente en días pasados que se opondría a la guerra aun cuando el Consejo de Seguridad la aprobase expresamente, confiaba en que Francia y Alemania mantendrían su irredentismo hasta el final, pero el consenso del lunes le ha colocado en callejón de muy difícil salida con Llamazares de compañero de viaje, un socio poco deseable para un partido que aspira a ocupar La Moncloa.

Si a esto se añade el cambio a última hora del formato del debate, que ha privado a Zapatero y Llamazares de su principal excusa para no formular propuestas alternativas a la política exterior del Gobierno, a la Oposición sólo le ha quedado el “argumento” de las manifestaciones del sábado, esgrimido torpemente por Zapatero como fuente de “legitimidad democrática” alternativa a la de las urnas, o el de las consabidas comparaciones entre el PP y el régimen del general Franco y el “seguidismo” de Bush. Un pobrísimo –por no decir inexistente– bagaje argumental contra el que Aznar apenas ha tenido que emplearse. Bastó con que el presidente del Gobierno recordase a Zapatero que la fuente de la legitimidad proviene de las urnas, no de la calle, y con que le advirtiese de que las manifestaciones expresan un deseo de paz de los españoles, pero no de cualquier paz, por grandes que sean las urgencias electorales de un PSOE dispuesto a cambiar la seguridad y la alianza con EEUU en la lucha contra el terrorismo por un puñado de votos.

Sin embargo, queda en el aire la pregunta de por qué el presidente del Gobierno no se decidió antes –hace dos semanas o un mes– a realizar este debate para que los ciudadanos –especialmente los votantes y los militantes del PP– tuvieran ocasión de comprobar la solidez de la posición y de las convicciones del Gobierno, sobre todo cuando los únicos argumentos de la Oposición son la pancarta y la pegatina. Como se ha podido comprobar también en la catástrofe del Prestige, existe un injustificado miedo en el PP al desgaste en la confrontación parlamentaria que acaba dando alas a una Oposición de muy cortos vuelos pero de grandes apetitos electorales.

No es necesario recurrir a folletos encartados en la prensa o a la censura de TVE respecto de las imágenes en directo de las manifestaciones cuando desde el Congreso se puede explicar a los ciudadanos con toda claridad y eficacia una política perfectamente sensata y coherente. Cuando se dispone de mejores argumentos y de plena capacidad expositiva, temer a la demagogia de la Oposición, además de ser absurdo e irresponsable, es una falta de consideración hacia los electores. Por ello, aunque tarde, sea bienvenida la “resurrección” parlamentaria de Aznar.

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