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Lucrecio

El digno y el obsceno

Hubo un tipo digno. En el circo ése de los Oscars. No estaba de acuerdo con la intervención estadounidense para derrocar la dictadura sadamita y lo dijo. Con brutalidad clara. Unos lo ovacionaron. Lo abuchearon otros. Lo lógico. Y ahí acabó todo. Así es una democracia. Enhorabuena. Yo juzgo más que conveniente la liquidación de uno los más genocidas déspotas de los últimos decenios. Y sé que no hay otro modo para derruir una dictadura militar que la fuerza armada. Pero respeto al tipo que expresó, con coherencia vigorosa, su punto de vista. Y asumió sus costes.

Hubo un tipo obsceno. En el circo de los Oscars. Que se pasó las últimas semanas lloriqueando acerca de lo mucho que se iban a enterar aquellos asesinos yankis como pudiera él hablar en la velada de Hollywood. Lloriqueando, porque, ya se sabe, van a castigarme sin mi merecido premio por ser yo tan rebelde y tan, tan, tan, tan pacifista. Lo premiaron. Y no dijo ni mu de lo prometido. Bueno, vale, a lo mejor se había, al fin apercibido de la canallada que protagonizó en Madrid defendiendo juntitos a Sadam y a Chávez. Habló luego, ante los periodistas: tuve miedo, por eso no hablé; me hubieran abucheado, había un clima de terror, una despiadada caza de brujas contra los enemigos del fascismo americano como yo. Tuve miedo. Y se llevó bien agarrada la estatuilla que le dieron sus fascistas.

Hubo, verdaderamente, un tipo obsceno.

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