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Ricardo Medina Macías

Los horrores de Irak

Al “león blanco” de Basora ya le quitaron los dientes, pero sigue asustando a los iraquíes. Son horrores que nunca vieron los pacifistas bobalicones.

Como gran argumento para la enésima marcha por la paz, la reciente convocatoria decía: “El mundo esta horrorizado frente al crimen que se está cometiendo con el pueblo de Irak.”

Hay cientos de historias de horror que hoy cuentan los propios iraquíes con cautela porque temen que se repita la cruel desilusión de 1991: “Es que acá en Basora, todos nos acordamos muy bien de que en 1991, cuando hubo una gran rebelión, todos pensamos que Saddam se había ido, y después la coalición aliada le dejó con las manos libres para venir a reprimirnos. Hace 35 años que no tenemos libertad” es lo que le dice un hombre de bigote a la enviada del diario argentino La Nación, Elisabetta Piqué.

Piqué recoge ese y otros testimonios durante una visita a lo que fue el león blanco, un edificio de cuatro pisos bautizado así por su color y “porque de ahí nunca volvieron centenares de detenidos, como si se los hubiera tragado un león hambriento”.

“Era el cuartel general de la policía secreta de Saddam Hussein en esa ciudad. Las ruinas del lugar están repletas. Hay opositores políticos que han vuelto a buscar a sus seres queridos, desparecidos en la nada, buscando frenéticamente alguna noticia en documentos y archivos que la policía de Saddam guardaba, hombres que quieren ver si aún hay gente en las cárceles subterráneas del lugar, otros que buscan saber algo de sus compañeros de celda, también curiosos, y los ya conocidos Alí Babá, como llaman aquí a los ladrones, saqueadores…”

Sigue contando Piqué: Aunque la mayoría todavía tiene miedo de decir su nombre, todos quieren contar su historia, todos quieren gritarle al mundo el horror que han vivido. Tal vez el mundo no los escuche porque está muy ocupado gritando consignas contra el demonio yanqui en las marchas del pacifismo bobalicón.

Uno, Hamid, dice que estuvo once meses aquí, apiñado con otros nueve presos en una celda de tres metros por uno. Me torturaron y me daban de comer sólo un pedazo de pan por día. El delito de Hamid es que pensaron que era amigo de un opositor político.

Otro hombre, de barba negra, minimiza la historia de Hamid. En realidad, explica, en tales celdas estaban los privilegiados, aquellos cuyas familias pagaban para que recibieran un mejor trato. Venga a ver dónde estuvo por cinco años mi hermano, que murió porque, como todos los que pasaron por aquí, se enfermó y enloqueció.

Todos quieren hablar. Algunos recurren a la mímica. Se ponen en cuclillas con los pies atados como si fueran pollos, se vendan los ojos, se colocan debajo de los brazos barras de hierro. “Así nos colgaban de unos ganchos, y después nos pegaban” dicen, mostrando una maza de madera aún manchada de sangre.

Oh sí, el mundo debería estar horrorizado. ¿Lo está?

Ricardo Medina Macías es analista político mexicano.

© AIPE

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