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Víctor Gago

Efectos matritenses

El segundo triunfo en cinco meses del PP en las autonómicas de Madrid ha despertado en las capillas del poder insularista una hinchada casi tan fervorosa como la que se congregó en la calle Génova durante la noche del domingo. El presidente de Canarias, el nacionalista Adán Martín, brindó por Esperanza Aguirre durante una cena junto a veinte periodistas que lo cortejan gratis total en un viaje a Bruselas para inaugurar la nueva oficina de intereses isleños.
 
(Los gobernantes de la España subtropical han descubierto que es más fácil y más barato invitar a periodistas a viajar un par de veces al año, normalmente a Bruselas, a Caracas, a La Habana o a Tinduf, que tenerlos a sueldo dentro o fuera del Gobierno. A ningún director le entrarán retortijones morales porque sus redactores acepten el soborno. Incluso lo tomará personalmente, si su agenda está despejada de cualquier otro banquete).
 
Más exaltado por la victoria del PP, y bastante menos galante, el presidente de CC (Coalición Canaria), Paulino Rivero, lo celebró manteando al PSOE. Es su pasatiempo favorito, pero sólo si tiene la certeza de que está zurrando al auténtico perdedor y agradando al vencedor. El portavoz insularista en el Congreso sostuvo que "la sensibilidad de los gobiernos socialistas con Canarias fue nula" y recordó que, en 1995, Canarias sólo recibía un 1,8 por ciento de los Presupuestos Generales del Estado, frente a los 100 millones de euros que, en forma de descuentos en la recaudación fiscal e inversiones directas, asegura que obtendrá el próximo año, gracias a "la influencia de CC en la política de Estado".
 
Cuando CC quiere un cheque extra del Gobierno, se lo trabaja con sañudos latigazos al espantapájaros. En pleno linchamiento al Gobierno por su política legítima en la guerra de Irak, los dirigentes insularistas interpretaron los signos de la calle como único saben hacerlo: arrimándose al que más grita, llenando de consignas la falta de razones y de principios, pescando en río revuelto. Pronosticaron miopemente un cambio de ciclo en la política nacional y concluyeron que era hora de empezar a mudar de piel. Las autonómicas del 25 de mayo les echaron abruptamente de su fantasía: el PP no sólo mantiene el respaldo popular en el conjunto de la España autonómica, sino que les pisa los talones (15.000 votos de diferencia) en su propia finca.
 
La estrategia de ruptura con el PP y conversión al PSOE ha partido la federación nacionalista en dos facciones. La izquierda radical, promotora de esta senda y encabezada por el ex presidente Román Rodríguez, está siendo sometida a una implacable purga por el bando superviviente del 25-M. Adán Martín y Paulino Rivero, más la asistencia del arribista José Carlos Mauricio, antiguo delfín del Partido Comunista de España, controlan a medias CC y se desvelan ahora por demostrar al PP que, más que simples socios leales, saben ser súbditos obedientes y abnegados de la causa del centro-reformismo; prácticamente una sucursal "popular" en Canarias, si no fuera porque el PP ha conseguido, al fin en esta región española, lo que parecía imposible desde los tiempos de Alianza Popular: liderazgo y cohesión, un programa liberal-conservador consecuente y bien pertrechado intelectualmente, una consciencia de la cuestión nacional española desde Canarias, y una progresión electoral que apunta a una mayoría suficiente para desbancar a los nacionalistas y encabezar el Gobierno regional hacia 2007.
 
La clara victoria de Esperanza Aguirre, por segunda vez en los últimos cinco meses, ha vuelto a agitar la mala conciencia del socio isleño del PP. Le ha recordado dónde estaba antes del 25-M. Sin que nadie le llame a hacerlo, brinda patéticamente por la efigie del vencedor y se ensaña histriónicamente con los despojos del perdedor. El nacionalismo canario, o lo que sea que representa CC, hace política sólo pensando en ser reconocido por quien manda en Madrid, pero pasa todo el tiempo encogido en la apuesta de reconocerlo a él, hacerle la corte y sacar tajada.

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