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Juan Manuel Rodríguez

Cicatrices de Armani

Eché de menos a David Beckham en Anoeta. Ese era un partido hecho a la medida batalladora del genial futbolista inglés. Creo que, aunque sus compañeros tampoco lo reconocieran abiertamente, ellos también le echaron mucho de menos aunque, en su caso concreto, sólo dentro del campo. Yo le eché de menos dentro, como espectador, y fuera, como periodista deportivo. El comportamiento del "chico Vodafone" es tan bestial y furioso cuando juega al fútbol como elegante y caballeroso cuando su obligación es atender a los profesionales de la información. El sábado pasado, tras ofrecer una imagen de desidia peligrosa, eché de menos a Beckham porque ninguno de los "cracks" quiso dar la cara, ninguno de los "galácticos" quiso vincular su imagen a la de la reciente derrota del equipo. Beckham también es diferente en eso. Y en más cosas.
 
Mark Twain asistió como espectador en su momento a algunos combates de "Mensur" (término que derivaba de "medida" o espacio entre los esgrimistas) y explicaba así lo que veía: "El estudiante está encantado de sufrir heridas en la cara, porque las cicatrices que dejan se verán muy bien ahí; y se dice también que esas heridas faciales son tan codiciadas que se ha sabido de jóvenes que de tanto en cuando vuelven a abrírselas para verter en ellas vino tinto, para que así se curen mal y dejen una cicatriz lo más fea posible" ("Blandir la espada", editorial Destino). Estoy convencido de que si Beckham se lo propusiera podría acabar convirtiendo en una moda alardear de cicatrices en los tobillos. La suya empapó la media blanca de un rojo intenso y aún hoy le tiene renqueante después de que acabara infectándosele. "¿También se le infectan las heridas a Beckham?", me dijo alguien, irónico, el otro día en la Cadena Cope. "Sí", le respondí, "pero la diferencia entre los puntos que le dieron a él y los que podrían darnos a nosotros es que los suyos son puro diseño italiano, cuatro puntos de Armani".
 
El Real Madrid de Florentino tiene, según su propia terminología, algunos "Zidanes" y varios "Pavones". Y una sola estrella: David Beckham. En todos y cada uno de sus movimientos se observa el respeto reverencial que este chico tiene por el espectáculo del fútbol. Si le preguntan a Menotti sobre el "negro" Pelé les contará lo extraordinario futbolista que era sin el balón en los pies, simplemente cuando caminaba sobre el césped en chándal. Era una estrella. A Beckham se le nota eso mismo incluso por sus cicatrices.

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