El Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, ha informado al Consejo de Seguridad de que el Gobierno de Sudán está incumpliendo lo establecido en la última Resolución aprobada, y que la población de Darfur continúa sufriendo persecución dentro de una operación de limpieza étnica ejecutada por milicias árabes apoyadas por el Gobierno.
Durante años el gobierno árabe ha mantenido una guerra civil contra la minoría cristiana del sur. Ahora trata de expulsar del país a los grupos musulmanes no árabes. Se calcula que entre estos últimos los muertos ascienden a 25.000 y los desplazados a 1.000.000. Kofi Annan ha pedido una mayor presencia de Naciones Unidas en la región para prestar asistencia a las víctimas. Pero esa asistencia no podrá impedir la continuación de la operación gubernamental.
¿Qué estamos haciendo para evitarlo? Estados Unidos ha llevado la iniciativa en el Consejo de Seguridad, pero todavía no ha propuesto medidas de presión o de fuerza. Sus compromisos en Afganistán e Irak, sumados a la campaña electoral, hacen poco probable que asuma un mayor protagonismo. Europa se mantiene expectante, sospecha, una vez más, de las intenciones de Washington pero se siente incómoda por el bochornoso espectáculo de no hacer nada útil mientras sigue por televisión la dramática evolución de los acontecimientos.
Amos Rubenstein nos propone desde las páginas del Jerusalem Post una interpretación de la inacción europea. En su opinión la ciudadanía europea, y en especial la izquierdista, fue educada en el rechazo al colonialismo, al intervencionismo de los estados del Viejo Continente en otras partes del mundo, causante de desastres sobre las poblaciones autóctonas. Ese prejuicio impediría la decisión de una rápida intervención fundada en el principio de “injerencia humanitaria”.
La tesis de Rubenstein ayuda a entender por qué no hicimos nada durante la crisis de los Grandes Lagos y en cambio sí actuamos en Bosnia, Kosovo y Macedonia. Mientras la primera sucedía en el corazón de África las restantes acaecían en Europa, poniendo además en peligro tanto la seguridad regional como la mera existencia de la Alianza Atlántica.
En nuestra opinión Rubenstein acierta, pero ese argumento es insuficiente para comprender el comportamiento de los europeos. Intervienen otros factores que no debemos minusvalorar.
El gobierno sudanés está decidido a seguir adelante, por lo que sería necesario hacer uso de la fuerza. A los europeos les cuesta aceptar la legitimidad del uso de la fuerza; les da miedo verse involucrados en una crisis que puede tener difícil salida, como el precedente de Irak parece demostrar; carecen de medios militares suficientes para poder controlar la situación; les horroriza la idea de verse arrastrados por la diplomacia norteamericana a una operación que puede ser interpretada como “colonialista” y, sobre todo, quieren evitar un choque con el Mundo Árabe que ponga en peligro sus esfuerzos de pacificación y entendimiento.

