Colabora
Jorge Vilches

¿Qué hacer?

Los socialistas de Zapatero, embravecidos por los de Maragall y la intelectualidad progresista, creyeron que abrazarse a la remodelación de España era hacer oposición a Aznar y asegurarse el voto y el gobierno en las autonomías

Ahora que el Parlamento vasco ha aprobado el proyecto Ibarretxe, con tres votos de Batasuna, aún se oyen voces que se atreven a decir que dicho plan secesionista es el resultado del autoritarismo del último Gobierno Aznar, de una línea dura que ha desembocado en este órdago nacionalista. Lo cierto es que no han servido la línea dura ni la blanda contra el independentismo.
 
El nacionalismo siempre ha tenido, desde su organización, el mismo objetivo: que su nación tenga un Estado propio e independiente. Para ello se ha aprovechado de los resquicios de los distintos regímenes para crecer, cuestionar y exigir desde unos postulados victimistas. Y ha sido el nacionalismo radical tanto como el templado. Cambó, líder de la Lliga, organización del catalanismo considerado moderado, declaraba en diciembre de 1918: "¿Monarquía?… ¿República?…¡¡Catalunya!!".
 
La II República, precisamente, aún admitiendo que fuera un régimen civil y laico que defendía una España plural, no consiguió terminar con el ánimo secesionista. El partido Estat Català de Macià proclamó la República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica en abril de 1931, y la ERC de Companys se levantó contra la República en 1934 para anunciar la constitución del Estado Catalán.
 
El régimen de Franco adoptó el camino inverso: el centralismo, la uniformidad y la represión. A pesar de la mano dura franquista, la vida cultural de los nacionalistas fue bastante rica: escritores, filólogos, músicos e historiadores insistieron en el particularismo nacional de sus regiones. La línea dura dictatorial también fracasó.
 
En la Transición se entendió que el franquismo había acabado con el tradicional nacionalismo español, y que era hora de crear un nuevo paradigma de "lo español". Un paradigma asentado en la pluralidad, en el dejar hacer nacionalista. Y así, la nación más vieja de Europa se convirtió en un Estado cuasi federal. La UCD y el PSOE se decidieron por la línea blanda, la cesión y el acuerdo, creyendo colmar con ello el ansia de autogobierno del nacionalismo.
 
Los nacionalistas, entonces, no se contentaron con la amplia autonomía de la que disfrutaban, ni de la discriminación positiva que respecto a las otras regiones españolas tenían. Y pusieron plazos, fechas de caducidad para supuestos pactos, fórmulas generacionales que, una vez terminadas, supondrían las bases para llegar a un estadio más cercano a la independencia.
 
Aznar quiso cerrar el mapa autonómico, y declaró que la cesión de competencias había terminado. Era la nueva línea dura; esta vez democrática y constitucional. El Estado estaba ya suficientemente descapitalizado, disminuido y enflaquecido, y las facultades autonómicas más crecidas que fortalecidas y organizadas. Los nacionalistas hablaron de impostura, y la izquierda de autoritarismo, de que los populares, al llegar tarde a la Constitución, blandían la irreductible fe de los conversos.
 
Los socialistas de Zapatero, embravecidos por los de Maragall y la intelectualidad progresista, creyeron que abrazarse a la remodelación de España era hacer oposición a Aznar y asegurarse el voto y el gobierno en las autonomías. Y adoptaron la línea blanda. La ola independentista era la respuesta a la dureza de Aznar, pensaron, y trataron a los gobiernos autonómicos como a ejecutivos extranjeros, como si fueran relaciones bilaterales entre Estados. Zapatero les dijo que aceptaría lo que aprobaran sus parlamentos autonómicos, y modificó el Código Penal para que no fuera delito la convocatoria de un referéndum.
 
La línea blanda ha vuelto a fracasar, como muestran el PNV, el PSC y ERC. Ni siquiera ha servido el dar rienda suelta al nacionalismo dentro de las filiales del PSOE en Cataluña y País Vasco. ¿Qué hacer ante el independentismo? Sólo cabe que socialistas y populares se presenten unidos en defensa de la Constitución y de la nación, forjando un gran pacto de Estado similar al Pacto Antiterrorista, y utilizar todos los resortes legales. Esperemos que, para cuando llegue ese momento, en el que no tembló, por ejemplo, Blair ante Irlanda del Norte o Scalfaro ante Umberto Bossi, Zapatero no esté de vacaciones o cansado.

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario