Un rasgo que nos delata a los españoles en cualquier circunstancia es esa tendencia innata a ocupar siempre justo el lugar que no nos corresponde. Aquí, todo el mundo es economista si se le suelta una calculadora en la mano; ingeniero de caminos si frente la barra de un bar, entre tapa de gambas y ronda de cervezas, alguien saca el tema de las obras del AVE; y, naturalmente, doctor en Teología si el Papa de Roma osa opinar de doctrina moral. Por eso, nadie se llamó a escándalo ayer, cuando el hijo de Pepe, el de la tienda, ilustró a unos plumillas que tenía a mano sobre la dimensión herética del sucesor de Pedro. Por lo visto, ciertas enseñanzas de la Iglesia Católica “van contra el mensaje de Jesús”. Ése es su mensaje, el de Bono, a la Cristiandad; su encíclica oral tras el llanto por un cachete que nadie le propinó y unas risas por lo bien que se lo había pasado en el fútbol, un periquete después del magnicidio imaginario.
Y es que el hijo de Pepe, que ya no necesitará repetirnos otra vez que él no es mejor que su padre –aunque no sepamos nada del de la tienda, le creemos–, resulta que va a impartir magisterio sobre los Concilios a Juan Pablo II. Bono, el que no recuerda eso de “no levantarás falso testimonio ni mentirás”, ni aquello otro de “no usarás el nombre de Dios en vano”, sin embargo, se cree llamado a leerle la cartilla a la Iglesia de Cristo. No es el único. Trini Jiménez, también. Y otro tanto ese Marcelino Iglesias que en el apellido lleva la penitencia. Y Zerolo el Apóstata. Y Rodríguez. Y el Consejo de Ministros en pleno. “Doctores tiene la Iglesia”, decía aquél, pues resulta que aún había más en el Comité Federal del PSOE.