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José García Domínguez

De rojos y lilas

vuelven las dos Españas. Una es esa que cree que hablando se entiende la gente; la otra, más astuta, es la que intuye que quien calla otorga

Precisamente ahora, cuando avanzamos todos juntos, y Rodríguez el primero, por la senda de la Disolución, vuelven las dos Españas. Una es esa que cree que hablando se entiende la gente; la otra, más astuta, es la que intuye que quien calla otorga. Por lo demás, como se ve, las dos llegan disparando con pólvora del rey. Aunque eso debe ser por obedecer a la tradición. Porque aquí ya empieza a ser costumbre lo de acostarse con la monarquía republicana y desayunar un Brandy Soberano en una república coronada (de espinas).
 
Así, la otra vez, a pesar de que aún la gente sabía estar en su sitio y ni los lilas se las daban de rojos ni los rojos lucían un pelo de lilas, vino a acontecer algo aproximado. También entonces, como recordaba alguien ayer, hubo más de uno persuadido de que la mejor manera de calmar a un tigre consiste en dejarse devorar por él. Sobre todo, si se trata de tigres de papel, que son los únicos que logran aclimatarse a esos vientos erráticos y enloquecidos que soplan en el Mediterráneo.
 
Está en las hemerotecas, que en España continúan siendo los únicos institutos de prospectiva y cartomancia que no viven de engañar a la clientela. Corre alegre el verano de 1931. Por los pasillos del Congreso, entre carcajadas, un ministro del Gabinete Alcalá Zamora explica a los plumillas afectos cuán arduo resultó derribar a Alfonso XIII:
- Para que se hagan cargo de la debilidad a la que llego la Monarquía, piensen en los siguientes hechos. En la época en la que el comité revolucionario se encontraba fuera de la ley, el señor Azaña continuó cobrando su sueldo de funcionario de Gracia y Justicia, y firmando la nómina de su puño y letra (…). Por otra parte, uno de los trabajos que más ocuparon los ardores del último Gobierno del Rey estuvo dedicado a dar una cátedra en Madrid a don Fernando de los Ríos.
 
Pues suerte que a los de La Caixa aún no se les había ocurrido montar la Fundación. Bien mirado, lo inaudito de la otra vez no fue que la Monarquía se desplomase sola. Lo verdaderamente insólito hubiera sido lo contrario: que no aterrizase la República a ocupar el vacío de una corona autista empecinada en abdicar de su única razón de ser.
 
Tres cuartos de siglo más tarde, son los catalanistas quienes vuelven a empujarnos jocosamente hacia el borde del precipicio. Otra vez. Extrañas paradojas de la historia, les correspondió a ellos la herencia universal de la peor tara de aquellos viejos borbones: nunca aprenden y nunca olvidan. Hoy, felices, contemplan a la lánguida dama rendida a sus pies desde la portada deMarie Claire. Antes, capturaron las torres. Como los caballos, que ya eran suyos. Delante, apenas se les opone un alfil rodeado de unos cuantos peones. ¿Existirá algún domador de tigres tan ciego como para no adivinar en su próximo movimiento el jaque al rey?

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