Colabora
EDITORIAL

Medianoche en la ciudad de la luz

París es el símbolo, la ciudad que un día iluminó al mundo languidece en un prolongado ocaso. Descolgada de las corrientes del verdadero progreso y apostando fuerte por el camino de la involución

Hace poco más de dos años, el escritor y ensayista francés Jean-Cristophe Mounicq aseguraba en un profético artículo que, "si la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington es correcta, Francia se encuentra en primera línea de batalla". No estaba muy errado, y los sucesos que vienen aconteciendo desde hace más una semana en diversas ciudades del país vecino no hacen más que confirmarlo. Primero fue la periferia industrial parisina, muy castigada por el paro y donde los inmigrantes magrebíes y subsaharianos se cuentan por millones. Desde hace dos días el país ha entrado en una loca espiral de violencia que afecta ya a las principales ciudades del país y que, si no se detiene, puede conducir a Francia a una crisis política sin precedentes. 
 
Tal estallido de violencia era, sin embargo, perfectamente previsible. Junto a la inacabable crisis económica, la primera preocupación de los franceses es la seguridad. La criminalidad se ha disparado en los últimos años y en los suburbios existen zonas donde la policía ha dejado de actuar por puro pavor. El vacío dejado por la incompetencia de un Estado que, como el francés, es elefantiásico no ha tardado en ser ocupado por un sinfín de mafias y bandas juveniles dedicadas en exclusiva al crimen. Parte de la población musulmana de esas barriadas, además, se ha dejado llevar por el ideario islamista que propaga un número siempre creciente de mezquitas clandestinas, donde se adoctrina a los jóvenes en un furibundo odio hacia lo francés. Estos jóvenes, nacidos en Francia y con nacionalidad francesa, carecen por lo general de cualificación profesional y son desempleados crónicos. Constituyen lo que la izquierda de allí (y la que aquí) denomina “los excluidos”.
 
La tesis dominante, según la cual los violentos son víctimas de una sociedad que no los quiere, que los excluye, se viene abajo al primer análisis serio. Enferma de relativismo moral y multiculturalismo bienintencionado, la progresía oficial no termina de entender que buena parte del fracaso se debe, precisamente, a la errónea política de integración de los inmigrantes que impera en la Europa del “bienestar”. El idolatrado sistema educativo público ha fracasado estrepitosamente, de tal manera que la segunda –e incluso tercera– generación de inmigrantes no ha cuajado del todo en su país de acogida. Muestra de ello son los elevados índices de fracaso escolar y el hecho de que gran parte de la juventud de origen magrebí no se sienta francesa. La justicia gala es un desastre sin paliativos. Los delincuentes no temen a los jueces que, en muchos casos, simpatizan abiertamente con ellos, por lo que consideran con buen tino que el delito les saldrá casi gratis. La policía, que es la que se encuentra en primera línea, está desmotivada, mal dotada y siempre en la picota.
 
Tal estado de cosas, tal desbarajuste general, se ha mantenido, más mal que bien, durante años gracias a cantidades ingentes de dinero público. El dinero, sin embargo, empieza a acabarse. Francia arrastra una larvada crisis económica desde hace más de una década. El socialismo a la francesa está devastando una economía que, hasta no hace mucho, era modelo de desarrollo. Este sistema de altos impuestos, subvenciones, empresas públicas e intervencionismo estatal nadie lo pone en duda. Ni en la derecha ni en la izquierda. Los políticos galos prefieren seguir mirándose el ombligo y contemplando con desdén como otros países prosperan.
 
Los altercados nocturnos no pueden entenderse si no es en las peculiares coordenadas económicas, políticas y culturales de la Francia actual. París es el símbolo, la ciudad que un día iluminó al mundo languidece en un prolongado ocaso. Descolgada de las corrientes del verdadero progreso y apostando fuerte por el camino de la involución. Más o menos el mismo que ha escogido Zapatero para España y que, con el tiempo, podría abocarnos a idéntica situación. Con el agravante de que nuestro país tiene, además de ese, otros muchos problemas de mayor envergadura con los que habrá de lidiar en los próximos años.           

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario