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EDITORIAL

Más de medio millón

El respaldo al Manifiesto deja también en evidencia la voluntad de una España que se niega a permanecer impasible ante toda una política que, desde el propio Gobierno, está destinada a socavar las bases de nuestra convivencia democrática desde 1978

Más de medio millón. Se dice pronto, pero que 510.000 ciudadanos hayan transmitido en pocos días su adhesión al Manifiesto de apoyo a la cadena COPE, presentado ante el Parlamento Europeo, no sólo debe de ser un motivo de satisfacción para sus promotores, sino una noticia de enorme relieve sociológico y político.
 
Si podemos celebrar el enorme compromiso y valor cívico que ha concitado esta exitosa iniciativa, y recordar que se trata de la manifestación de apoyo más importante de la historia del Parlamento Europeo, no podemos dejar de lamentar, al tiempo, que la provoque un hecho tan ominoso –y también sin precedente en la historia reciente de Europa– como es una liberticida campaña institucional contra un medio de comunicación legítimamente crítico con el Gobierno. Es inimaginable algo parecido en Gran Bretaña, en Alemania, en Bélgica o, incluso, en países de menor tradición democrática como los recientemente incorporados a la UE procedentes de la Europa del Este. Esta operación política, liderada por los separatistas y socialistas catalanes, ha llegado al extremo del acoso físico y callejero, como dejó en evidencia el bochornoso capítulo protagonizado por miembros de ERC, encapuchados y respaldados por un presidente de Gobierno, que de forma reiterada se ha negado y se sigue negando a condenar lo sucedido.
 
Frente a ello, el respaldo ciudadano al Manifiesto de apoyo a la COPE deja también en evidencia la voluntad de una España que se niega a permanecer impasible ante toda una política que, desde el propio Gobierno, está destinada a socavar las bases que han regulado nuestra convivencia democrática y la alternancia política en nuestro país desde 1978. No es de extrañar que dicha política despierte las públicas esperanzas que ha confesado toda formación separatista –incluidos los terroristas–, como que preocupe a una cada vez más numerosa mayoría de españoles, tal y como se refleja en las encuestas.
 
Esta política radical y antisistema que preside José Luis Rodríguez Zapatero, ya era de prever y temer desde mucho antes del 14-M. ¿O es que, acaso, la nihilista servidumbre de este dirigente socialista ante el radicalismo totalitario de los separatistas catalanes, no se puso ya de manifiesto, cuando respaldó la amenaza de Maragall, previa a las elecciones generales, de convocar un referéndum ilegal si las Cortes Generales que surgieran del 14-M no suscribían su futuro Estatuto soberanista? Eso, por no recodar la anterior decapitación política de Redondo Terreros, al dictado de un grupo de comunicación como Prisa, que ahora tiene la desfachatez de pretender desvincular a Zapatero de unas peligrosas alianzas largamente consentidas.
 
Lo que debe sorprender no es que el malestar ciudadano comience a aumentar, sino que no lo haya hecho mucho antes. Y eso se explica, precisamente, por esa dominante y adormecedora campaña de los numerosos medios de comunicación del PSOE, –a la que muchos se someterían suicidamente– sino fuera, precisamente por medios, que alzan su voz, no sólo contra esta política liberticida, sino también contra aquellos que, sin importarles la gravedad de lo que está sucediendo, confunden, a la hora de reaccionar, la ponderación con la tibieza.

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