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Amando de Miguel

América

otro mexicanismo que recuerda don Miguel Ángel: “Le presto dinero al Banco para irme de vacaciones”. Quiere decir que “le pide prestado dinero”. ¿Se imaginan en España a un tal Montilla diciendo “le presto dinero a la Caixa”?

Frank Vera (La Habana, Cuba) se queja de la “pobreza de vocabulario” que caracteriza al español hablado de Cuba. Una vez más, nos sentimos solidarios con las quejas de nuestros hermanos del otro lado del charco. Ya no somos tan pobres si somos capaces de darnos cuenta de esa realidad del deterioro de la lengua común. Conste el dato que Cuba ha dado una buena cosecha de escritores antes y después de su independencia.

Miguel Ángel Taboada (Castellar de la Frontera, Cádiz) me comunica algunos mexicanismos de gran valor. Por ejemplo, el grito “¡aguas!” significa “¡cuidado!” o “¡aparta!”. La explicación está en que en los tiempos antiguos, cuando no había agua corriente, se arrojaba el agua sucia desde la ventana o la azotea. Naturalmente, la misma acción se ejecutaba en España. El grito en Madrid era “¡agua va!”, que quería decir “¡apártense!”. Por eso a la calle se decía “arroyo”, una forma poética de disimular que la calle hacía de albañal. Claro que el mejor ejemplo de antífrasis es otro mexicanismo que recuerda don Miguel Ángel: “Le presto dinero al Banco para irme de vacaciones”. Quiere decir que “le pide prestado dinero”. ¿Se imaginan en España a un tal Montilla diciendo “le presto dinero a la Caixa”?

Carlos Iradier Larrea (Venezuela) me informa que algunas innovaciones léxicas en España, como movida o pachanga, se vienen utilizando en Venezuela desde 1939. Don Carlos me acompaña algunos refranes venezolanos: “Amor de lejos, amor de pendejos”, “Si entre burros te ves, rebuzna alguna vez”. Ese último bien podría provenir del Quijote.

Carlos Andrés Zelaya (Tegucigalpa, Honduras) nos envía un término muy expresivo: un género de tradición oral llamado perra. El perrero es “el que cuenta historias fantásticas, generalmente en primera persona o relata lo que otro le ha contado también en primera persona”. Acabo de descubrir que, en todas mis novelas y cuentos, yo soy un perrero; noble oficio.

Hay correos para la emulación. Por ejemplo, el de Manuel M. Ramos, madrileño de nación, pero que ha pasado casi toda su vida en Venezuela. Se jubiló hace 14 años, pero el hombre sigue trabajando. Es ingeniero y aficionado a las cuestiones lingüísticas. Ha confeccionado un vocabulario de venezonalismos con más de siete mil entradas. Confirma el gusto de los venezolanos por la terminación en “ico”, como ocurre en algunas provincias españolas. Observa don Manuel que ese diminutivo cariñoso se forma con palabras que llevan una T en la sílaba final. Por ejemplo, ratico, momentico. De no llevar esa T, el diminutivo se hace en “ito”. Así, niñito, muchachito.

Cándido Alvarado (San Pedro Sula, Honduras) es otro de los fieles corresponsales ultramarinos. Ahora me plantea si no sería más correcto decir “un vaso de agua” que no “un vaso con agua”, como dicen en Honduras. Con la lógica estricta de las palabras, los hondureños tendrían razón. Pero el lenguaje tiene también sus razones, las de una lógica difusa. En la cual se entiende perfectamente que “un vaso de agua” no es que esté hecho de agua, sino que contiene ese líquido. Por cierto, la influencia del inglés nos hace decir en español “¿quieres una taza de café?”, cuando quedaría más sobrio, auténtico y expresivo decir “¿quieres un café?”. El agua no se elabora; el café, sí. Es una sutilísima diferencia, que en inglés no existe.

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