Menú
Ignacio Villa

Zapatero sin careta, trampa ni cartón

Ha sido demoledor con la educación, destructivo con la familia y obsesivo contra la Iglesia; desprecia a los que no tienen agua y destruye una herencia cultural como es el Archivo de Salamanca para tener contentos a sus amigos.

Todavía se puede encontrar fácilmente en las hemerotecas la imagen de Rodríguez Zapatero llegando a Moncloa un 17 de abril de 2004, un sábado nublado que amenazaba lluvia, con cara de ingenuo y sin saber qué hacer con las manos mientras posaba en la escalinata de Palacio, recién llegado de la jura de su cargo ante el Rey don Juan Carlos. Aquel Zapatero sonriente, algo asustado y con cara de no haber roto un plato es parte de la historia. No tanto porque el presidente del Gobierno haya cambiado o madurado. Ni siquiera ha evolucionado. Simplemente, dos años después, conocemos al verdadero Zapatero. Dos años después sabemos, al menos en parte, qué presidente del Gobierno tenemos.

Dos años después, sabemos que Zapatero no quiere investigar lo que ocurrió el 11 de marzo en Madrid; es más, pretende que no se sepa nada sobre aquella matanza. Sabemos que tenemos un presidente que es fiel devoto de la II Republica y que piensa que los actuales principios democráticos son herencia de entonces. Sabemos que al jefe del Ejecutivo le gusta remover el pasado, reabrir las heridas de la Guerra Civil y promover nuevas y falsas versiones sobre la historia de España. Sabemos que no tiene pudor para atacar y dividir a las víctimas del terrorismo y que le encanta calificar a propios y ajenos; del Rey, por ejemplo, dice que es republicano y de sí mismo afirma que es un rojo genuino.

Dos años después, tenemos claro que Zapatero está desmontando, sin descanso, el consenso constitucional del 78 y que ha hablado y habla con los terroristas buscando un País Vasco donde sólo se contemple la cesión de los demócratas ante las peticiones del terrorismo. Hemos comprobado, por la vía de los hechos, que el presidente del Gobierno ha diseñado un modelo de Estado donde desaparece lo que ahora conocemos como la España constitucional y donde los nacionalismos y los separatismos campan por sus fueros. Es una realidad que el presidente del Gobierno trabaja para conseguir sacar al Partido Popular del mapa político y con él a media España. Es evidente que Zapatero sabe lo que quiere y no va a parar hasta conseguirlo.

Ha sido demoledor con la educación, destructivo con la familia y obsesivo contra la Iglesia; desprecia a los que no tienen agua y destruye una herencia cultural como es el Archivo de Salamanca para tener contentos a sus amigos. Además, ha perdido la calle. No tiene escrúpulos a la hora de legislar a favor de una OPA política que no entra ni en los parámetros europeos. Ha manipulado hasta el vómito la herencia política de los gobiernos de Aznar. Se ha encontrado con el incendio de Guadalajara donde fallecieron 11 agentes forestales, con el accidente de Afganistán donde murieron 17 soldados españoles o con la puerta de la Casa Blanca cerrada a cal y canto gracias a la huida de Irak, vergonzosa, vergonzante y por la puerta de atrás. Zapatero, dos años después, está solo en Europa, ha querido asentarse en el corazón comunitario y se ha quedado de comparsa. Sus únicos amigos –¡y así le va!– son Chávez, Morales y Castro. Además del servilismo humillante ante Marruecos.

Dos años después estamos saturados de cursilerías a granel, de alianzas de civilizaciones sin sentido, de patriotismos de humo y de poesías de baja calidad. Dos años después, Zapatero ya no lleva su careta. Sin resultados, sin gestión y sin eficacia pero con una idea muy clara: laminar la España actual. En eso está y a ello se va a dedicar lo que queda de legislatura. Y lo demás son sueños presidenciales tan fatuos como su propio e inexistente discurso político.

En España

    0
    comentarios