Menú
José Luis Sardón

Democracia sin blindaje

Para Madison, la democracia pura resultaba, inevitablemente, autodestructiva. Para que la democracia fuera sostenible en el tiempo, las instituciones democráticas debían combinarse con instituciones como el federalismo o la magistratura vitalicia.

¿Qué ocurriría si una mayoría de ciudadanos, llevados por una confusa mezcla de desesperanza, frustración y resentimiento, eligiera como gobernante a un candidato que, como parte de su programa de gobierno, anuncia que terminará con aspectos esenciales de la democracia? ¿Tal decisión es válida y debe ser respetada?

En la historia contemporánea, el primer caso de este fenómeno ocurrió en Austria en 1895, cuando ganó las elecciones el ultra-nacionalista Karl Lueger. Como ha recordado Fareed Zakaria en su libro "El futuro de la libertad" (Taurus, 2003), éste "solía comparar a los judíos con insectos a los que había que aplastar contra el suelo para que sirvieran como fertilizante".

Felizmente, el Emperador Francisco José I de Habsburgo vetó su elección, señalando que el programa de gobierno de Lueger era inconstitucional. Este veto, aunque contrario al sentido de las elecciones, fue celebrado incluso por intelectuales como Sigmund Freud, quienes entendieron que la democracia no incluía la libertad de autodestruirse.

En realidad, mucho antes de que esto ocurriera, James Madison había formulado una propuesta para evitar tales trances. Esta no pasaba por el establecimiento de una monarquía constitucional, pero sí por lo que él llamó una república, concebida como una combinación de instituciones democráticas y no democráticas.

Para Madison, la democracia pura resultaba, inevitablemente, autodestructiva. Para que la democracia fuera sostenible en el tiempo, las instituciones democráticas debían combinarse con instituciones como el federalismo, la magistratura vitalicia y el sistema de representación de mayorías.

En el siglo XX, allí donde faltó esta combinación de instituciones, se tuvo democracias sin blindaje. El caso más notable fue el de la República de Weimar, en la Alemania de los 1930s. Adolfo Hitler fue elegido democráticamente en las elecciones de 1933, luego de haber quedado cerca en las tres elecciones anteriores.

En Perú, las últimas encuestas indican que esta posibilidad resulta cada vez más lejana; sin embargo, Ollanta Humala aún puede conseguir la Presidencia de la República del Perú el próximo 4 de junio, en que se realizará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

El plan de gobierno de Humala incluye propuestas que chocan frontalmente con dispositivos constitucionales vigentes. Estas van desde la amenaza de revisar unilateralmente los contratos celebrados por el Estado con empresas multinacionales hasta la de terminar con la libertad de prensa.

En la primera vuelta, Humala sólo ha obtenido una mayoría relativa de los votos válidos. En realidad, los 3.758.258 votos recibidos por su candidatura representan apenas al 22% de los electores hábiles según el padrón; puede decirse que, de cada cinco electores hábiles, sólo uno ha votado por Humala.

Sin embargo, al igual que en Alemania a principios de los años 30, en Perú el sistema de partidos está sumamente fragmentado. Además de Humala, en la primera vuelta se presentaron otras dieciocho candidaturas presidenciales. De éstas, sólo dos demostraron tener sentido, la de Alan García y la de Lourdes Flores.

En Alemania, la primera vez que los nazis participaron en elecciones fue en 1930, obteniendo apenas el 18% de los votos. Sin embargo, el sistema de partidos estaba tan fragmentado que ese magro resultado fue suficiente para obtener la primera mayoría relativa. En 1933, con 44% de los votos, Hitler obtuvo el poder.

Para hacer sostenible su proceso democrático, Perú requiere de una profunda reforma de sus instituciones políticas que incluya, por lo pronto, desincentivos para la multiplicación de los partidos. Mientras esta reforma no se lance, el fantasma autoritario seguirá amenazando a una democracia sin blindaje.

En Sociedad

    0
    comentarios