¿Quién es propietario de su cuerpo? ¿Usted o Al Gore? Muchos creen que es inmoral, por no decir asqueroso, comprar y vender órganos de la gente. Al Gore piensa de ese modo y, cuando era congresista, persuadió a sus colegas para ilegalizar la venta de órganos. Pero un intercambio libre que mejora enormemente las vidas de ambas partes es algo bueno. Detenerlo es lo inmoral. Y lo mortal.
Más de 60.000 personas cuyos riñones no funcionan esperan trasplantes. Muchos sobreviven soportando enchufados durante horas a máquinas de diálisis. Las máquinas limpian su sangre, sustituyendo a los riñones enfermos. Pero no pueden funcionar tan bien como un riñón. La diálisis es dolorosa, agotadora y cara. De modo que esos 60.000 norteamericanos rezan por un riñón nuevo. Algunos lo reciben de amigos y familiares. Muchos más los obtienen de extraños que fallecen en accidentes.
Pero los accidentes y los altruistas no proporcionan suficientes riñones, de modo que, en un día típico, diecisiete norteamericanos mueren esperando riñones. Muchos pacientes de diálisis están desesperados. Ed Lavatelli nos dijo que el precio no es un problema. "Pagaría lo que tuviera que pagar, de verdad... porque es indescriptible ser una persona con fallo renal. De verdad lo es."
Trágicamente, la agonía de Ed era innecesaria, porque había montones de personas dispuestas a ayudarle. Ruth Sparrow, de St. Petersburg, Fla., necesitaba dinero, de modo que publicó un anuncio en la prensa que rezaba: "Riñón, funciona bien, 30.000 dólares o al mejor postor". Recibió un par de llamadas serias, dijo, pero entonces el periódico le advirtió que podría ser detenida.
¿Por qué? ¿Por qué no se permite que la gente desesperada utilice el dinero como incentivo? Porque hay otros que odian la idea, y puesto que algunos de ellos están en el gobierno, tienen el poder de encerrarte por hacer eso que odian.
Hablé con Steve Rivkin, que ingresó en una lista de espera de riñones cuando ésta "solamente" tenía 30.000 nombres. "No creo que haya malo en pagar dinero por un trasplante de riñón", me dijo. "¡Sólo quiero un riñón que funcione!"
El doctor Brian Pereira, ex presidente de la Fundación Nacional del Riñón, me dijo que él simpatizaba con las necesidades de Rivkin. "Las buenas noticias", me dijo, "es que esta persona puede continuar en diálisis bajo el presente sistema, que funciona extremadamente bien". ¿Diecisiete muertos al día es un sistema que funciona "extremadamente bien"? Cuando le enfrenté con este dato, me contestó que los pobres serían vulnerables a "la explotación" si hubiera mercados legales de riñones.
Encontré fotografías de hombres de las Filipinas que habían canjeado un riñón por apenas 1.000 dólares. Estaban posando en una playa, enseñando sus cicatrices. Tales fotografías hacen decir a los ricos norteamericanos: "¡Estos pobres fueron explotados! Arriesgaron sus vidas por apenas 1.000 dólares". ¿Pero qué nos da el derecho a decidir por ellos? Nadie les obligó. Querían 1.000 dólares más de lo que querían tener dos riñones. Decir que el pobre está demasiado desesperado para resistir una tentación peligrosa es ser paternalista. Los pobres también tienen derecho a decidir qué hacer con sus vidas.
Steve colocó un anuncio en Internet y poco después gente de todo el mundo le llamó para venderle un riñón. Pereira dice con severidad: "En ese momento cuando tenemos que entrar en escena". No, doctor, ahí es donde usted tiene que hacerse a un lado. Al igual que muchos expertos ungidos, el doctor Pereira cree que él y otros como él –"el gobierno, las sociedades de profesionales que ayudan al gobierno a adoptar las políticas correctas"– tienen que tomar nuestras decisiones por nosotros. Pero ese engaño condena a la gente a sufrir y finalmente a morir,como le pasó a Steve Rivkin.
El gobierno y las sociedades de profesionales no tienen derecho a hacer eso. Ellos no son propietarios de su cuerpo. Usted sí.
Puede que Al Gore piense que es moral que tome sus decisiones por usted si él y todos aquellos que están de acuerdo con él pueden conseguir que salga elegido. Pero ese camino lleva a la muerte a quien necesita un riñón, y a ser privado de aquello que se desee pero que él y sus camaradas no quieren que nadie tenga. Hay una moralidad mejor y más obvia: la moralidad de los Padres Fundadores, que asumieron como evidente por sí mismo el que cada uno de nosotros tenga derecho a la vida y la libertad; que cada uno de nosotros sea propietario de su propia vida y tenga derecho a trabajar para preservarla y disfrutarla.