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Pedro de Tena

Bulto, bultitos

Según el progre-socialista hay personas, la mayoría, que han venido al mundo "para hacer bulto", como decía Balzac que le ocurría a su personaje de Eugenia Grandet, Crevel.

Para la oligarquía progre-socialista, un "bulto" es una persona a la que se debe manejar, manipular, utilizar, por varias razones:

  • No sabe lo que le conviene (esencialmente, somos casi todos salvo los que disponen de la teoría científica adecuada, es decir, la de ellos).
  • No comprende la marcha de la historia (sólo es comprensible a partir del materialismo histórico, base de la progresía socialista).
  • No está afiliada a los partidos del bien, es decir, los suyos(sustancialmente, el PSOE y/o, según convenga, IU).
  • No tiene ni tendrá nunca la información adecuada para decidir correctamente (sobre todo, si no lee El País –ahora Público–, ni ve lo que debe ver, teleamigas o cineamigos).

Son bultos todos los que deciden no abrazar la causa de la progresía, los que se mantienen indiferentes y los que ni siquiera saben que hay una causa porque sólo desean vivir su vida y ya está. Son bultos porque ocupan un espacio pero no están dotado de la conciencia suficiente que corresponde a un "sujeto" concienciado de las ideas que conciencian, antes conciencia de clase, ahora conciencia progresista. Pero son bultos también porque tienen formas imprecisas, carecen de la identidad suficiente: sólo hay identidad verdadera, "objetiva" en la identidad progre-socialista.

Bulto viene de vultus, palabra latina que significa "rostro", pero, en realidad, bultos son los hombres y mujeres que carecen de rostro suficiente, la multitud, porque rostro, lo que se dice rostro, mucho y a veces todo el rostro del mundo, sólo tienen quienes pretenden dirigir a esos bultos hacia un destino de supuesta felicidad. O sea, que según el progre-socialista hay personas, la mayoría, que han venido al mundo "para hacer bulto", como decía Balzac que le ocurría a su personaje de Eugenia Grandet, Crevel.

Por eso, a los bultos, a los bultitos, usted, él, yo, nosotros, se nos da la información que se nos debe dar; nunca más, porque nos acercaría peligrosamente a la verdad que ilumina, ni menos, pues sería francamente sospechoso. Por eso, al bulto, a los bultitos, se nos emociona en tal o cual sentido cuando se nos debe emocionar; nunca más, que podría conducirnos al estallido incontrolable, ni menos, que podría ocasionar una abstención masiva en las urnas y la desobediencia pasiva. Por eso, al bulto, a los bultitos, se nos riñe cuánto y cuando se nos debe reñir; nunca más, porque no debe engrosarse el sindicato de los cabreados, ni menos, porque no debemos persistir en conductas hostiles al régimen progre-socialista. Es decir, se nos maneja al antojo de esta neo-oligarquía. Si nos dejamos, entonces no pasa nada y todo está como debe. Pero si a alguien se le ocurre "escurrir el bulto", entonces aparece la suave brisa del miedo y llega hasta nuestras mejillas al hálito de la amenaza.

Por eso, la Iglesia, sobre todo la católica, no puede ni debe dirigirse a los bultitos, no vaya a ser que tales fardos humanos comiencen a pensar por su cuenta o, sencillamente, a pensar otras cosas que las debidas. Y por eso, el PSOE, IU y demás sectas laicas (razón en Nietzsche: "mi lucha contra el 'cristianismo latente'" –v.gr. en la música, en el socialismo–), reacciona como un tigre cuando un obispo dice algo, aunque sea "buenas noches y buena suerte".

El problema es la relación entre bulto, bultito y democracia. Un bulto es incompatible con ella porque en una democracia normal no hay bultos ni bultitos, sino ciudadanos a los que se nos supone inteligencia y capacidad crítica y a los que se nos reconoce la libertad de actuar en defensa de nuestros intereses personales y colectivos.

Bécquer, nuestro sevillano de pro, decía en momentos de desesperación, que no eran pocos: "He aquí, hoy por hoy, todo lo que ambiciono: ser un comparsa en la inmensa comedia de la Humanidad; y concluido mi papel de hacer bulto, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se dé cuenta siquiera de mi salida." (Cartas desde mi celda, Tercera)

Pero la democracia siempre ha creído y cree que cada persona es un fin en sí (Kant), que nadie es más que nadie, que una persona no es un bulto ni un error ni un infierno, sino una esperanza de libertad y de ser y que cualquiera de nosotros suficiente informado puede y debe tomar las decisiones que le afectan personal y colectivamente. Pero esta doctrina es absolutamente incompatible con quienes se creen en posesión de una curiosa e injustificable superioridad intelectual y moral, no asentada en la razón y en la experiencia, sino en dogmas que han conducido a la Humanidad a tragedias crueles.

La historia más noble de ese Occidente al que tanto parecen despreciar estos "manejadores de bultos", conduce a lo contrario. Ninguna persona es un bulto. Desde el logos griego al alma cristiana, del derecho romano a los derechos del hombre, de cada hombre, toda la energía de la historia puede conducir, si queremos, a la visión de cada persona como centro de libertad, hombres y mujeres de luz propia. Así, que, manipuladores de todas clases, perded toda esperanza.

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