La xenofobia mentada por los xenófobos
El nacionalismo periférico español ha tenido que camuflar, por impresentable, el hedor racista que despedían los delirios de Sabino Arana y otros iluminados de la época, aunque lo ha hecho, por cierto, sin renegar de ninguno de ellos.
Los nacionalistas gallegos nunca han descollado por su moderación ni su prudencia, pero desde que se sientan a la mesa del poder autonómico, se están desmelenando. Han producido una ristra de disparates que abarcan desde el idioma de las lápidas hasta el de las muñecas y a ella acaban de añadir uno más. Han acusado a la cadena COPE de Galicia de "xenófoba" por quejarse de que no se le facilitara el texto de una sentencia en español. Una nota del BNG, hilvanada con la manipulación y la demagogia propias de la casa, daba cuenta de esa asombrosa acusación, según la cual es xenófobo quien reclame su derecho a recibir los documentos de la administración, incluida la de Justicia, en el idioma que es cooficial en Galicia y oficial en toda España.
A tenor de tan inverosímil pieza, incurre en la aborrecida xenofobia quien tenga a bien ampararse en lo que dictan la Constitución y el propio Estatuto de Autonomía vigente, el cual afirma en su artículo 5 que "los poderes públicos de Galicia garantizarán el uso normal y oficial de los dos idiomas". Si un abogado de más allá del Padornelo quiere llevar un caso ante los tribunales gallegos, ya sabe lo que le espera si el BNG consigue imponer su criterio. O acepta la dictadura del idioma único, o se le tachará de xenófobo. El caso es meter miedo.
Un nacionalista debería tentarse la ropa antes de lanzar acusaciones de esa clase. Pues si hay un rasgo que distingue a su doctrina es su dedicación a alimentar bajas pasiones como el odio hacia lo foráneo. Los nacionalistas que aquí y ahora padecemos no hacen otra cosa. La peculiaridad estriba en que el "enemigo extranjero" no está fuera de las fronteras sino dentro. Ese enemigo es España, en general y en particular, pero no sólo ella, sino su idioma y no sólo su idioma, sino también sus hablantes.
El nacionalismo periférico español ha tenido que camuflar, por impresentable, el hedor racista que despedían los delirios de Sabino Arana y otros iluminados de la época, aunque lo ha hecho, por cierto, sin renegar de ninguno de ellos. Así, en lugar de la pureza racial, quieren imponer la pureza lingüística. Una pureza que exige la erradicación del idioma, que previamente han tachado de extraño y ajeno. Es una mera traslación del discurso racista al terreno lingüístico, y debajo del barniz, el Blut und Boden sigue latente.
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