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Eva Miquel Subías

La subvención como arma de destrucción creativa

Cada vez más, asistimos a nuevos casos en los que una ayuda institucional tiene un efecto aniquilador sobre una determinada producción artística. No sé, como si un enorme martillo administrativo aporreara sin piedad cualquier atisbo de inspiración.

Una de mis numerosas vocaciones frustradas es la de no haberme dedicado profesionalmente a la crítica de cine. Francamente, me habría encantado pasar el día viendo una película tras otra y zambullirme permanentemente en la vida de algunos personajes sumamente atractivos que nos regala de vez en cuando el apasionante mundo de la gran pantalla. Todo ello, a pesar de no disponer de más criterios que los que me dicta mi subjetividad.

Nunca he ocultado mi entusiasmo por todo aquello que tenía que ver con el universo Allen. En mi adolescencia quise explorar cada uno de los rincones de Manhattan que solía describir con total maestría, coleccionaba sus inteligentes e ingeniosos guiones y sus personajes me resultaban simplemente fascinantes. Estaba, podríamos decir, absolutamente inmersa y cautivada por esa atormentada, caótica e intensa visión del mundo.

Y justamente ahora, precisamente en el momento en el que Woody Allen y Barcelona –dos de mis confesables pasiones– caminan de la mano, asisto impotente a lo que espero no sea el inicio de la decadencia de su obra.

De entrada, una vez superada la pereza que me inspiraba el título de su último largometraje y tras llevar casi a rastras al santo varón que comparte y soporta pacientemente mis innumerables manías, cometí el gravísimo error de ir a ver el filme en su versión doblada.

Los intentos de reflexión sobre las diferentes maneras de entender el amor, la pasión, las relaciones y el componente de autodestrucción que hay en algunas de ellas, nos los pretende transmitir a través de dos amigas neoyorquinas que visitan Barcelona aprovechando que una de ellas está elaborando su tesis sobre Identidad Catalana –alargada y poderosa sombra la del gran Jordi- y que además, disponen de un estupendo alojamiento en la casa de una tía de ellas. A partir de ahí, pintor bohemio, ex mujer excéntrica, nueva novia, triángulos y tríos poco creíbles, debate entre la estabilidad y la búsqueda de nuevas emociones, todo ello relatado con una asombrosa superficialidad y repleto de tópicos.

Les diré que una servidora tiene el placer de conocer algún que otro artista absolutamente muermo. Sin embargo también sabe cómo pueden llegar a emocionar personas que suelen llevar vidas aparentemente menos estimulantes y por supuesto menos tormentosas en las que afloran auténticas pasiones ocultas. Créanme, nada es lo que parece.

¿La culpa? El cash, fresquito y rapidito. Woody Allen acepta una especie de encargo y lo despacha en un plis plas, realizando un spot publicitario a través del cual nos conduce por una bella, aunque previsible, ruta astur-barcelonesa bastante forzada –lo lamento también por mis amigos asturianos a los que profeso un sincero cariño– y todo ello narrado por una voz en off que es para salir corriendo.

Afortunadamente la Conselleria d´Interior no ha aportado –que yo sepa– suma alguna, porque quizás habríamos podido ver a una pareja de Mossos d´Esquadra sentados en una de las terrazas más cool de la ciudad contemplando hermosos fuegos artificiales en Sarrià, gracias a las bengalas lanzadas por los entrañables Boixos Nois.

Cada vez más, asistimos a nuevos casos en los que una ayuda institucional tiene un efecto aniquilador sobre una determinada producción artística. No sé, como si un enorme martillo administrativo aporreara sin piedad cualquier atisbo de inspiración.

Estamos de acuerdo en que Vicky Cristina Barcelona es un excelente reclamo turístico tanto para la ciudad que lleva en su título como para Oviedo, pero ¿qué necesidad tenía Woody Allen de contentar al establishment? ¿No han sido infalibles las producciones durante más de 40 años de sus leales Jack Rollins y el recientemente fallecido Charles H. Joffe?

En fin, disfruten por lo menos con la sencillez y frescura de Rebecca Hall y con la tranquilidad de que siempre nos quedará enManhattan. Y George Gershwin.

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