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Antonio Golmar

Rosas en el mar

Regresan los infaustos cursillos del INEM, camelo que Felipe González se sacó de la manga para estabular a los jóvenes y maquillar las cifras del paro. Muchas veces pensé que ninguna otra generación tendría que pasar por lo mismo.

Nada mejor que pedir opinión a un tiburón de Wall Street para que el pesimismo dominante se torne alegría y buen rollo:

– Sufriremos una década perdida, pero no ocurrirá nada irremediable a menos que los gobiernos intervengan demasiado. Además, las crisis son el mejor caldo de cultivo de las buenas ideas. Sólo quienes sean capaces de ofrecer algo realmente útil y provechoso a los demás triunfarán. La chatarra ideológica heredada de nuestros mayores y que nos hace luchar en batallas que no son las nuestras acabará donde debe, en la planta de desguace de la historia.
– ¿Y qué pretendes hacer tú mientras tanto?
– Buscarme un trabajo en Washington. Allí no quedan chatarreros.

 

Difícil de creer que de las cenizas de la recesión pueda surgir un Fénix libertario. Demasiado ocupados procurando no desasirse de la tabla de salvamento, por muy podrida que esté, para organizar la rebelión. 

En España, mientras ETA asesta su penúltimo golpe a la libertad de todos, el Gobierno y las Comunidades Autónomas engrasan el arma infalible para prevenir los focos de resistencia. Regresan los infaustos cursillos del INEM, camelo que Felipe González se sacó de la manga para estabular a los jóvenes, maquillar las cifras del paro y llenar las arcas de las organizaciones sindicales y empresariales. Muchas veces pensé que ninguna otra generación tendría que pasar por lo mismo. Lo suyo sería una autopista de 10 carrilles directa al estrellato, la emancipación, la realización personal y el goce sin fin gracias a los fondos de pensiones, la neurociencia, los 40 tipos diferentes de café disponibles en Starbucks y el ligue a través de internet. Vivirán deprisa, pero no morirán jóvenes. Ahora me los imagino haciendo cola en la oficina de empleo para solicitar plaza en los cursos que los chupatintas de la CEOE o los liberados sindicales hayan diseñado para ellos. ¡Qué planazo!

Incluso la ciencia-ficción, otrora refugio de inconformistas y emboscados de variado pelaje, parece haberse tornado sombría. Este año, los ganadores del premio Prometeo, concedido anualmente por la Sociedad Futurista Libertaria a las mejores obras liberales de ficción, han sido dos relatos truculentos cuya acción transcurre respectivamente en una Gran Bretaña fascista y en la República Popular Italiana. El galardón "Salón de la Fama" ha recaído sobre La naranja mecánica, cuya versión cinematográfica pasará a la historia como una de las principales causas de suicidio y conducta antisocial en los años 70 y 80 del siglo pasado. Si no la entendimos entonces, dudo mucho que lo vayan a hacer ahora. Tal vez algunos lo hayan hecho ahora. Demasiado tarde.

No sé de dónde van a surgir esas nuevas y brillantes ideas que nos saquen del desánimo y la decepción, ese estado de bancarrota del alma que espera demasiado, que dijo el filósofo Eric Hoffer. Quizá ese haya sido nuestro problema, nuestro trágico error. Nos extendieron un cheque sin fondos para conquistar un mundo feliz, pero se les olvidó darnos las armas.

– La libertad, la libertad, derecho de la humanidad –arengaba ufano el joven iniciado al paso de la multitud que se arremolinaba en las inmediaciones del templo.

Un sabio harapiento que pasaba por allí camino del bosque le espetó:

– Es más fácil encontrar rosas en el mar.

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