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Amando de Miguel

Nombres propios e impropios

Eduardo Fungairiño razona que "si las Cortes obligan a decir [en castellano] Lleida en lugar de Lérida [a sus habitantes] ¿tendremos que llamarles ahora lleidatanos?". En efecto he ahí un curioso vacío legal.

Pilar (catalana) se queja de que en Cataluña se impone la inmediata equivalencia de muchos nombres propios que pasan del castellano al catalán. Así, "si te llamas Juan te llaman Joan, aunque a ti no te guste, y así con un sinfín de nombres propios. Y luego va y cuando les toca a ellos [los catalanoparlantes] que los demás digan su nombre en castellano, se molestan. Recordemos al señor José Luis Carod-Rovira, perdón, Josep Lluis". Estoy de acuerdo con doña Pilar. En las zonas donde se hablan dos idiomas, ¿no sería mejor que cada uno se hiciera llamar por su nombre, el del bautismo o equivalente?

Germán Pedraz Calvo da cuenta de la calle salmantina Adela Lastra. No existió la tal Adela. La calle se denominó originariamente Arroyo de la Lastra. Alguna vez pusieron el rótulo "A. de la Lastra" con lo que pasó a ser "Adela Lastra". Recientemente el Ayuntamiento salmantino ha corregido el error y ha vuelto al nombre original. Añado que, en el español clásico, el "arroyo" era como decir la rambla o la riera, la denominación de una calle por donde discurre naturalmente el agua de lluvia o de otros orígenes menos nobles.

J.J. Carvallal me ayuda a completar la lista de personajes anónimos del habla popular. Selecciono algunos dignos de ser incluidos en la nómina: Ambrosio (el de la carabina; el que se disfrazó de bandolero en su pueblo), Antón perulero, Jorge (el de la tripa que se estira y se encoje; primo de Bartolo), Mateo (el de la guitarra), Pero Grullo (el de las verdades). Hay un libro muy bonito, que es una geografía de lugares fantásticos (por ejemplo, Cámelot o Barataria). No estaría mal que alguien hiciera una biografía de personajes populares fantásticos.

Pilar Pestaña de Martínez (Ciudad Guayana, Venezuela) me dice que en su país circulan también algunos de esos nombres ficticios. Se añaden "la Petra" y "Juan Bimba", prototipos de los venezolanos de la calle.

José Til Padilla (Zuera, Zaragoza) expresa una duda: ¿los nombres extranjeros se deben pronunciar como se escriben o aproximadamente como se dicen en el idioma original? Don José pone el ejemplo de Charles De Gaulle. ¿Se debe decir en castellano aproximadamente Charls De Gol? Yo así lo creo, salvo que sean personajes poco conocidos de idiomas exóticos, en cuyo caso lo mejor es pronunciarlos en español. A veces, la pronunciación original es un tanto caprichosa, al menos según las reglas elementales que se conocen del otro idioma. Por ejemplo, el presidente Roosevelt en español solemos decir "Rusvel" creyendo que así lo dicen en los Estados Unidos. Pero realmente lo pronuncian algo así como "Rousvelt". El novelista Tom Wolf se suele pronunciar así por los españoles, pero los norteamericanos dicen "Tom Bulf". La famosa Marylin Monroe pasa a ser "Marylín Mónroe" o "Monro" para los españoles, pero sus compatriotas pronuncian "Márylin Monró". Bueno el presidente Bush II decía "Ásnar" o "Ánsar" para llamar al presidente Aznar.

Eduardo Fungairiño razona que "si las Cortes obligan a decir [en castellano] Lleida en lugar de Lérida [a sus habitantes] ¿tendremos que llamarles ahora lleidatanos?". En efecto he ahí un curioso vacío legal. Se admiten sugerencias. De momento, tenemos la doctrina del Panhispánico: "el gentilicio, para todo tipo de textos incluidos los oficiales, es leridano". No deja de ser una incongruencia que los habitantes de Lleida sean leridanos.

Dionisio Pérez-Villar (San Sebastián, Guipúzcoa) me dice que en su ciudad (que también fue la mía; somos compañeros de colegio) se dice tanto San Sebastián como Donostia, aunque los textos en vascuence nunca ponen San Sebastián. Don Dionisio sostiene que Donostia tiene un origen gascón, que era la cultura predominante en la Bella Easo hasta el siglo XVII. Añado que quizá Donostia sea el estricto equivalente de San Sebastián en vascuence, pues en ese idioma el santo se dice "don" (de dóminus).

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