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Amando de Miguel

El difícil arte de insultar

Un diputado le espetó a Disraeli: "Mi predicción es que su señoría morirá en galeras o de alguna enfermedad vergonzosa". El político conservador le replicó: "Eso depende de si abrazo su política o abrazo a su señora".

Nuria González opina que "el insulto es en modo alguno una metáfora". No comparto esa opinión. Repásese la lista de los insultos más socorridos. La técnica que siguen es la de comparar al insultado con un animal o con una situación desagradable o indeseable. El aspecto negativo lo es por su carácter escatológico, sexual, patológico o de cualquier otra índole. Para mí sigue siendo un misterio por qué nos sentimos ofendidos cuando se nos asigna una de esas comparaciones malévolas. Pero el hecho es que, de forma amplia, los insultos se reducen a palabras. Doña Nuria sostiene que los intelectuales españoles nos "matamos" entre nosotros sin mayor estímulo que "alimentar nuestro ego". Esa observación es también metafórica, por desdeñosa, sin que llegue a ser insultante pero me parece bastante injusta por simplista. Me tengo por una persona conservadora, moderada, liberal, pero entiendo que hay muchas otras de izquierdas que son sumamente respetables. Más que personas rechazables entiendo que hay conductas o ideas que merecen desprecio.

Últimamente no suelo transcribir los insultos que recibo a través de este buzón de las palabras, pero esta vez no me resisto a registrar uno muy novedoso, al menos por la originalidad metafórica. Es el que nos dirige Javier Castilla a no sé quiénes (los cristianos, los hispanoparlantes, los españoles). Vean: "ustedes, los seguidores de la máquina de la tortura –sí, hombre, la cruz– siguen sin enterarse. Hay una revolución neurocientífica en curso y ustedes en Babia". Por lo que se deduce, según la excrecencia de don Javier, la tal revolución asegura que "lo que las funciones ejecutivas de su cerebro [el nuestro, sin que se colija bien quiénes somos nosotros] que movilizan sean exclusivamente maldades". Ahí queda el testimonio tan mal redactado como agrio. Insisto en mis trece. ¡Qué difícil es armar un buen insulto!

José Mª Navia-Osorio aporta estos tres recuerdos de insulto elegante:

Los tres casos más elegantes de insulto que conozco son los siguientes:

  1. Dos conductores coinciden, uno frente del otro, en una calle en la que sólo cabe un coche. Uno de ellos dice "Yo nunca cedo el paso a los imbéciles" y el otro contesta sonriente "No se preocupe, yo sí lo hago, pase usted". Siempre quise repetir la frase pero todavía no he tenido ocasión de hacerlo
  2. Atribuido a Churchill, pero no me parece real. Teóricamante dicho en el Parlamento: "La esposa del honorable diputado, con la excusa de ejercer la prostitución en los muelles, introduce género de contrabando".
  3. Atribuido a Gil Robles. Le dice un diputado de otro partido:" No tiene razón y además ¿cómo va a decir algo serio si usa calzoncillos largos?". Respuesta: "¡Que indiscreta es su señora!".

Miguel A. Taboada, incansable recolector de dichos, me envía ahora una lista de insultos célebres en inglés. Traduzco algunos para general deleite de los lectores por la capacidad de refinamiento que suponen:

Hilario Sáenz interpreta que la palabra "cabrón", como insulto, proviene de un tal Sánchez Cabrón, "inquisidor de la Santa Hermandad, allá por los siglos XV o XVI". El tal debía de ser bastante cruel. Francamente, la historia no me parece verosímil. La voz "cabrón" procede del latín caper y del griego kapros, con la misma significación de macho cabrío, un animal tenido por libidinoso y que, aplicado a las personas, indica una conducta lujuriosa. De ahí lo de "cabrón" y "cornudo" para identificar el que engaña a su mujer o es engañado por ella; es también la animalización del Diablo en los aquelarres. El insulto, sobre todo en su forma de "cabronazo" o "cabroncete", puede llegar a ser muy moderado y hasta cariñoso. Hace unos meses, la crónica de sucesos hizo célebre el misterioso "Luis, el cabrón", asociado con los turbios negocios de la corrupción política.

José Antonio Martínez Pons recuerda el epigrama quevedesco referido al corcovado Juan Ruiz de Alarcón:

Tanta corcova delante
y a detrás Alarcón tienes
que sabes es por demás
de dónde te corcovienes
y a dónde te corcovás

Don José Antonio recuerda la tradición de citar a las personas por el segundo apellido, utilizada por Francisco Franco, a quien nadie llama Bahamonde. Pero seguramente el caudillo sí llamaba Iribarne a Fraga y Miranda a Torcuato.

Jorge García de Herrera dice que el bueno de Ruiz de Alarcón se defendió así de las invectivas de Quevedo:

En el hombre no has de ver
su hermosura o gentileza.
Su hermosura es la nobleza,
su gentileza, el saber.

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